“Si se derrumban nuestras casitas/ que no desmaye nuestra moral”. Fue la consigna que Carlos Rubira Infante nos envió en su precioso pasacalle ‘Altivo ambateño’, cuando el terremoto de agosto de 1949. “Vuelve ambateño si estás muy lejos/ tu tierra linda te quiere ver”, el mensaje que acompañó a aquella determinación de no rendirse ante la adversidad. Miles de muertos. Desde luego que lágrimas no faltaron.
Pérdidas irreparables como esas casas de hacienda que se vinieron abajo, habiéndose mantenido en pie por siglos, pese a temblores y erupciones. Trozos inmensos de montañas se deslizaron, desviando ríos, cambiando el paisaje. En Pelileo se decía que la tierra “se dio la vuelta”: no quedó piedra sobre piedra. “Que lloren las mujeres que para eso están”, le oí decir a un campesino de mi comunidad, Quero.
El sufrido, incansable y austero campesino del Tungurahua se puso a trabajar más que nunca, más que siempre. Tierras de secano las de Pelileo, Benítez, Totoras, Quero. La tragedia mayor: quedaron destruidas las acequias de riego que en esfuerzo colosal utilizaban el agua que provenía de las nieves del Carihuayrazo. A punta de mingas, todo se reconstruyó, para mejor. Los pueblos adquirieron una nueva fisonomía con construcciones antisísmicas. Y así…
Es la epopeya que también se producirá en Manabí. Hombres bien plantados los de Manabí y Tungurahua. De esos que no se dan pena ni se hacen los tristes.
El año pasado estuve en Pedernales con mi familia. Lo que vimos: un polo de desarrollo. Negocios prósperos. Costeños y serranos en el plan de labrarse un futuro mejor. Pequeños hostales confortables, inclusive con piscinas, en las playas que van de Pedernales a Cojimíes; palmeras y potreros en espacios enormes. Con la estupenda red vial que ya contamos se cumpliría lo que anunció ese ciudadano pequeño de inteligencia enorme, Andrés F. Córdova: Pedernales se constituiría en un centro turístico de primer orden. Inclusive Cojimíes, como abandonada de la mano de Dios, con tres hoteles confortables. Que las pérdidas son enormes, sin duda alguna. Dios proveerá, tengo mis dudas. De lo que sí estoy seguro es de la potencialidad, fuerza y talento, del hombre manabita, del ecuatoriano en general. Resistentes hasta no más. Ni los vendavales políticos han logrado doblegarlo. Con que no le jodan y le dejen trabajar en paz, bastará y sobrará para superar tragedias como la de estos días.
Elías Cedeño Jérves, autor del pasillo memorable ‘Manabí’, como que se adelantó al enviarles un mensaje a sus paisanos en estas horas crueles: “Vivir lejos ya no puedo/ de tus mágicas riveras/ Manabí de mis quimeras/ Manabí de mi ilusión”.
Que los serranos quedan prendados por las mujeres manabitas, no hay duda. Uno de ellos: “Mañana, mañana, me voy a Manabí/ Te encontraré llorando palomita cuculí”.
rfierro@elcomercio.org