Se llama crisis a ese momento en el cual la rutina ya no sirve y se precisa de algo nuevo para seguir funcionando. Aquello que deja de funcionar es lo viejo y lo que se precisa, para seguir adelante es lo nuevo. Por eso, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht dijo que la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Este es el momento del país; el modelo económico no sirve más porque era diseñado para épocas de abundancia y estamos en penuria. No es tiempo de andar buscando a quién dar sino a quién pedir.
A nadie le gusta reconocer una crisis y menos a los políticos porque pagan con reducción de popularidad, sea que declaren la crisis o la oculten.
La creencia de que la crisis se profundiza cuando se la declara, choca con la idea de que es imposible resolver un problema que no se reconoce.
Los vendedores de estrategias anticrisis predican que es más fácil salir de ella mientras más pronto se detecte el problema y se ponga remedios; la estrategia habitual es empujar el problema hacia adelante aumentando el costo de la solución. La crisis que vivimos es más compleja porque es económica, política, ideológica y moral.
La crisis es económica porque no alcanzan los recursos para pagar a los empleados públicos, los bonos y subsidios, los atrasos a los contratistas y proveedores, peor para pagar a los acreedores, a los ganadores de demandas internacionales y proyectos en marcha. Las recaudaciones han llegado a su tope, no hay más incautaciones y se agotan las fuentes de crédito.
La crisis es política porque los seguidores dudan al advertir las dudas de una revolución que ha dado cabezazos a la izquierda y a la derecha, perpleja, sin saber cuál camino tomar. El diálogo propuesto, para pasar el tiempo hasta decidir qué hacer, ha llegado al fin, no del diálogo, sino del organizador del diálogo.
El fin del planificador, en plena crisis, indica el fin de lo único que en el pasado apuntaba hacia el futuro.
Las alianzas público privadas tampoco tienen sentido si no hay voluntad política para abandonar un concepto anticuado y fracasado de lo público. El único nexo con la realidad ha sido reemplazado por la publicidad.
La crisis es ideológica porque las pretensiones de cambiar el mundo han sido dominadas por la necesidad de mantenerse en el poder. La fantasía de que se reconozca en el mundo la creación de un proyecto inédito, parece que ha terminado en la contratación de una empresa encargada de implementar una estrategia comunicacional de relaciones públicas para perfeccionar el posicionamiento, proyección y percepción del Ecuador en Europa.
La crisis es moral porque nadie le quitará a la revolución ciudadana el sentimiento de culpa que le quedará cuando el sueño de fabricar un milagro, al costo de miles de millones de dólares, termine con un país arruinado, endeudado y defraudado.