LOLO ECHEVERRIA
lecheverria@elcomercio.org
L
a expresión “cabalgar el tigre” ha sido utilizada muchísimas veces; Nietzsche en su filosofía, el presidente Kennedy en su discurso inaugural, Julius Evola como título de un libro famoso y Marco D’Eramo en su estudio sobre el populismo. La versión original de la expresión parece ser un proverbio hindú: “Quien cabalga un tigre, no se apea fácilmente de él”. A los gobiernos autoritarios les calza bien esta metáfora porque logran cabalgar al tigre del poder pero luego no saben cómo apearse. Algunos terminaron devorados por su cabalgadura, otros decidieron morir a lomos del tigre siguiendo el filosófico consejo del chavo, “antes morir que perder la vida”.
Todo Gobierno autoritario termina calculando la forma de apearse porque la corrupción es inevitable entre quienes se saben inmunes a los mecanismos de control y el talante caprichoso de gobernar, inevitablemente, siembra enemigos poderosos. Pero no se trata solamente de encontrar una salida segura sino que su permanencia en el poder exige un aparato creciente de controles y vigilancia que carcomen la democracia.
Populismo es uno de los vocablos más sorprendentes del lenguaje político, todos creen reconocer su significado, menos el diccionario de la Real Academia Española que no lo ha incluido entre los 80 000 vocablos aceptados. Se trata de un vocablo polisémico, es decir, que tiene varios significados. Los estudiosos de la política vienen discutiendo desde hace 50 años sin ponerse de acuerdo en una definición; tampoco hay acuerdo acerca del origen. Algunos consideran se trata de un fenómeno reciente, incluso típico de América Latina; otros, más lejos, ven populismos desde el siglo XVIII y Umberto Eco lo sitúa más de dos mil años atrás en un artículo titulado “Pericles populista”. Hay populismos de izquierda y de derecha, civiles y militares, y algunos llevan en su vientre tanto a la izquierda como a la derecha. Singer da una metáfora perfecta al decir que es como un zapato de la cenicienta en el que calzan muchos pies.
Entre las características que se le asignan al populismo, es interesante la que señala Pierre Rosanvallon, que consiste en eliminar las instituciones intermedias porque constituyen una amenaza para el monopolio de la expresión del colectivo y pueden oponerse a lo que condiciona la eficacia del Estado: su unidad de acción. Entidades intermedias son gremios, fundaciones y toda clase de organizaciones que son descalificadas porque, a diferencia del Gobierno que es elegido por el pueblo, los miembros de estas sociedades se han elegido ellos mismos. También son entidades intermedias los organismos de control como Contraloría, Fiscalía, Poder Electoral, Control Constitucional. Son designados, en los papeles, por los representantes del pueblo (quinto poder), en los hechos son designados por los gobiernos a los que se supone deben controlar.