Ecuador ha sido proclive a movimientos telúricos de alta intensidad, lo cual atribuyen los científicos a su ubicación dentro del llamado Cinturón de Fuego del Pacífico.En algunos casos, han ocasionado tremendas consecuencias: muerte y destrucción de poblaciones enteras (en buena parte debido a la precariedad de las viviendas), etc.
El terremoto del sábado anterior, de 7,8 grados de la escala de Richter, cuyo epicentro fue localizado en la franja costanera del norte de Manabí, dejó algunos centenares de muertos y desaparecidos y prácticamente borró del mapa varias poblaciones.
Lo positivo es la respuesta solidaria e inmediata ante la tragedia. Quedaron de lado las diferencias sociales, políticas y raciales. Y la gente de las diversas ciudades y poblaciones, en forma espontánea, se organizó para recabar y recibir ayuda para los miles de damnificados que perdieron a seres queridos y se quedaron sin hogar.
La primera institución que envió rescatistas, médicos y equipo mecánico, el día mismo del desastre, fue el Municipio Metropolitano y, de inmediato, acudieron otras entidades y numerosos países amigos. Asimismo, es grato ver como, por una parte, una gran empresa contribuye con 4,5 millones de dólares y, por otra, muchos niños humildes acuden a los centros de acopio para entregar una latita de atún. Todos a medida de sus posibilidades. Y es acertado que la Policía y el Ejército hayan asumido la centralización y distribución de esta ayuda, para que llegue a todos los rincones afectados.
Este terremoto, que también causó pánico en esta capital, trae a la memoria la serie de catástrofes naturales que han habido en Ecuador y la teoría de expertos de que no tuvo relación con el que se registró el día anterior en Japón. Ambos países están dentro del mencionado Cinturón de Fuego, pero son diferentes sus placas tectónicas.
Asimismo, destacados sismólogos advierten que el aumento de actividad sísmica en Japón hace presagiar la posibilidad de un megasismo en algún lugar del planeta, con mayor probabilidad en el archipiélago asiático, cuyas autoridades están conscientes que en los próximos 30 una catástrofe de esa naturaleza podría provocar un tsunami con consecuencias imprevisibles.
Por mencionar algunos de los terremotos que constan en nuestra historia, el primero que se recuerda ocurrió el 31 de agosto de 1589, con epicentro en San Antonio de Pichincha; el 4 de febrero de 1797, un sismo de 8.3 grados destruyó Riobamba y varias poblaciones, cambió el cauce de ríos y dejó 12 833 muertos; el 31 de enero de 1906 un terremoto de 8,8 grados y un tsunami con olas de 5 metros causaron tremendos daños en las costas de Esmeraldas y Manabí; el 5 de agosto de 1949 uno de los más terroríficos movimientos sísmicos destruyó las poblaciones de Pelileo, Guano y Patate y causó graves destrozos en Ambato con el saldo trágico de más de 5.000 muertos. La lista es larga y dolorosa.
cjaramillo@elcomercio.org