El abismo de Lenín Moreno

Es complicado explicar la olímpica reculada de Lenín Moreno luego de sus sorpresivas declaraciones a propósito del humor, la reelección indefinida y el respeto a la oposición. ¿Mal cálculo político, ingenua honestidad o –como me comentó un asambleísta de Alianza País– simple “chispoteada”?

Tratándose de un personaje con esa trayectoria e imagen pública, los ecuatorianos esperábamos una actitud más aplomada cuando de discrepancias y críticas al poder se hablaba. A fin de cuentas no se avizoraba el fin del mundo, ni mucho menos; el ex-Vicepresidente solo estaba sintonizando con la opinión mayoritaria de la ciudadanía respecto de temas que le preocupan, le incomodan o le indignan.

No obstante, tuvimos que quedarnos con el desconcierto y la suspicacia propia de estos episodios, sobre los cuales no cabe más que la especulación.

En su célebre libro ‘Los orígenes del totalitarismo’, Hanna Arendt decía que los ciudadanos sometidos a regímenes excesivamente opresivos pueden “llegar a una completa pérdida de ambiciones y reivindicaciones individuales”. El centro gravitacional del Estado o del partido es tan fuerte que aquello que queda fuera del vórtice pierde todo sentido e identidad. Es el anonimato, la proscripción, el vacío.

Emilio Gentile, en su también célebre libro ‘El culto del littorio’, sostiene que uno de los éxitos del fascismo italiano fue promover el ideal del buen ciudadano como el “individuo social”, por oposición a los individuos egocéntricos que debían ser confinados o aislados para que no afectaran la cohesión del Estado. Estos eran encasillados en la categoría de malos ciudadanos, para cuya clasificación el régimen desarrolló una serie de procedimientos y referentes ideológicos. Quienes no asumieran e interiorizaran los valores de la nueva religión de la patria, caían en el más angustioso ostracismo existencial y social.

Pablo Dávalos, en su libro ‘Alianza País o la reinvención del poder’, analiza el silencio cómplice de los asambleístas de gobierno a propósito de las innumerables leyes impuestas desde el Ejecutivo, y señala que “ninguno de ellos arriesgó jamás un criterio propio, porque sabían que al hacerlo se jugaban al vacío, y es sabido que en una cultura barroca como la ecuatoriana los políticos tienen horror al vacío”. En tales condiciones, la acción política queda limitada no solo por condiciones espaciales, sino también jerárquicas: no se puede salir del coto cerrado del oficialismo ni de la autoridad del jefe, so pena de enfrentar el desarraigo y la marginación. El infierno de la orfandad quema más que el de la sumisión.

Cuando Lenín Moreno recibió el cariñoso llamado de atención de sus compañeros, y la eventualidad de una reprimenda presidencial, debe haber contemplado ante sus ojos un abismo insondable y aterrador.

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