“La peste” es una impactante novela escrita por Albert Camus en 1946 cuando el mundo no había salido aún del trauma de la guerra. Con estilo realista se narra la historia de una ciudad (Orán) que de manera repentina y sigilosa es invadida por una mítica plaga: la peste bubónica.
Con tono objetivo el narrador presenta paso a paso los macabros episodios de la evolución de la epidemia. Primero fueron las ratas que inexplicablemente salían de las cloacas para morir en las calles. Luego, dos o tres ciudadanos que mueren con extraños síntomas: fiebre, vómitos de sangre y purulentas inflamaciones inguinales. La estadística letal sube repentinamente.
Alarma. Las autoridades organizan brigadas sanitarias. Nadie entra ni sale de la ciudad contagiada. La peste y su tétrico rastro se habían instalado en Orán, ciudad banal de mercaderes que, hasta ese día, se había considerado feliz, volcada al elemental gozo de los sentidos, al individualismo exacerbado, al superficial disfrute de la vida material. Jamás pensaron los oraneses que un día cualquiera todo aquello podría terminar. Solo entonces y ante la desgracia colectiva ellos recuperan los valores extraviados: la solidaridad, la responsabilidad, el heroísmo de dar la vida propia por salvar la ajena. Gracias a una heroica lucha contra el mal la ciudad, al fin, será liberada del flagelo.
Múltiples son los niveles de significado que nuestra inteligencia puede explorar en esta historia. La peste es aquí una metáfora del mal y cuyos referentes están más allá de la enfermedad, pues son de naturaleza política, moral y hasta metafísica. En esa Europa en la que aún no se habían borrado las imágenes de la guerra y los campos de concentración, la peste es una metáfora del nazismo y de la guerra misma. Es la imagen de aquellos regímenes dictatoriales que suben al poder con demagógicas promesas de revancha y redención de las masas y que, una vez arriba, instauran un Estado represor de las libertades convirtiéndose en tiranías y azotes para el pueblo; regímenes que, a contravía de la historia, intentan poner en vigencia ideologías fracasadas.
Nuestra América ha sufrido y sufre con frecuencia calamidades como estas. Verdaderas pestes fueron tantas dictaduras que surgieron y se quedaron para sufrimiento de sus pueblos. Y peste de las peores, por altamente contagiosa, es el chavismo en la Venezuela de hoy.
A Juan Montalvo le tocó respirar la agobiante atmósfera de los despotismos. Al igual que la peste, “la tiranía -dijo él- principia, madura y perece y como todas las enfermedades y los males, al principio opone escasa resistencia por cuanto aún no se ha dado el vuelo con el que romperá después por leyes y costumbres… La tiranía es como el amor, comienza burla burlando, toma cuerpo si hay quien le sufre y habremos de echar mano a las armas para contrarrestar al fin sus infernales exigencias”. (Catilinaria II)
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