Infantilismo político

Uno de los graves problemas que cada cierto tiempo acosan a las democracias en América Latina es la esterilidad de los cuadros o la falta de relevos a liderazgos que, en la plenitud de su gestión, proyectan la imagen de insustituibles y por tanto irremplazables. Suficiente sustento ético y religioso para la reelección indefinida.

Esta situación fue muy compleja en los países que enfrentaron el más grave de los efectos del fin de la guerra fría: se acabaron los referentes ideológicos. Así sucedió en el Ecuador cuando se evaporaron la Democracia Cristiana y la Social Democracia. Un terreno atractivo para los Mesías que tenían la habilidad histriónica para seducir y disponían de grandes recursos públicos. Sin embargo, no todo fue perfecto, pues la magnitud del despilfarro y la corrupción despertaron la corneta del juicio final.

Los movimientos populares o electorales contra estos regímenes, liderados por inéditos sátrapas, fueron intensos. La vía escogida inicialmente fueron las calles que enfrentaron a una fuerza militar de represión como en Venezuela. Mas de 100 víctimas que no impactaron a los devotos chavistas en el Ecuador, así como tampoco a sus antecesores no les importó lo de Budapest en 1954 o lo de Praga en 1968.

Otros pueblos corrieron con mejor suerte. Concluyeron en Argentina 10 años de los Kirchner como también en el Ecuador, donde el cambio ha sido más sutil, pues el nuevo terno se hizo con la tela del anterior.

Pero el problema en muchos países es el infantilismo -enfermedad que descubrió Vladimir Lenin hace algún tiempo- que afecta a una juventud cuyos miembros se creen predestinados. Ya se eligieron, desconocen que existen otros y han confundido cuadros o equipos políticos con manadas de seguidores.

Aunque predominan por la falta de relevos no siempre fue así. Chile después de los 17 años de dictadura fue y sigue de ejemplo. Ecuador lo fue en 1978 cuando los militares entregaron el poder a los civiles vía Plan de retorno. Y aunque parezca mentira, también en Venezuela luego de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Pérez Jiménez. Hubo líderes y no caudillos, con equipos y cuadros de primer orden.

El problema actual en el Ecuador es diferente. La década de la farra solo deja embriones que desaparecen en los torbellinos de sus ambiciones y falta de conocimiento de lo que es la política y el poder.

Por eso, en las proximidades del 2018, el futuro aparece como buscar el gato negro de Churchill en un cuarto obscuro. Solo queda la imperturbable e inédita gestión del presidente Moreno y la inquietante jubilación política de Jaime Nebot.

Los jóvenes del milenio político en el país ya son presidentes, sus familias y sus amigos que esperen con tranquilidad. Las hacedoras del destino en la Grecia Clásica -las Moiras- han hilado su destino triunfante. El problema es que no se descarta el desencanto y la frustración. El diablo también colabora en el tejido.

anegrete@elcomercio.org

Suplementos digitales