Neta inferioridad científica y tecnológica, blanco de la penetración cultural imparable, definen la situación de los países periféricos ante el imperialismo de los Estados capitalistas avanzados, China incluida. Es opinión del ilustre enciclopedista Rodrigo Borja Cevallos. Se trata de “el poder mundial” en el siglo XXI, inicio de la era del conocimiento.
Gravísimo el que los latinoamericanos no tengamos conciencia plena de lo que nos está sucediendo. El ejemplo más patético es Venezuela. Exportador de una materia prima sin valor agregado, el petróleo. Como importa bienes y servicios en todos los campos, que suba o baje el precio del barril poco importa.
Los Estados capitalistas avanzados ajustan las cuentas y los precios de los artículos de exportación suben o bajan en igual proporción. El agravante: planteándose como posible la hipótesis de una intervención armada por parte de los Estados Unidos, Venezuela está en la obligación de armarse ¡ni faltaba más! Ríos de petróleo son destinados a este fin. Los mercaderes de armas, -ayer el no va más, hoy obsoletas-, provienen de los Estados capitalistas avanzados, ¡inclusive, desde luego, de los Estados Unidos! Quienes dirigen los destinos de Venezuela al parecer ni se han percatado de lo que sucedió en Iraq, donde la madre de todas las batallas se convirtió en la madre de todas las derrotas. Que los venezolanos caerían con honor, posiblemente. Que se producirían movilizaciones populares antiimperialistas en todo el mundo, sería de esperarse. Ello no obstante los elementos del poder real de los Estados capitalistas avanzados, sus industrias y sus magníficas universidades, permanecerían intocados.
Tengo derecho a ensayar. Sí: nosotros nos desviamos de la ruta que la iniciaron los jesuitas con sus emporios agroindustriales a un paso de concretarse la primera transnacional que recuerda la historia; con sus magníficas bibliotecas; con sus pioneros sistemas educacionales; con ese su afán de que nos fuéramos familiarizando con los modernos elementos tecnológicos que llegaban a la Universidad de San Gregorio. Con Bolívar tuvimos la oportunidad de iniciar nuestra segunda independencia, de haberse concretado y desarrollado su sueño: crear universidades e institutos tecnológicos de los que salieran los ingenieros, los naturalistas, los tecnólogos que requeríamos. Los jesuitas fueron expulsados. El Libertador fue vencido por los caudillos bárbaros. Debieron pasar generaciones para que entre nosotros García Moreno y Eloy Alfaro retomaran el camino.
La situación de hoy. Debemos cultivar las ciencias sociales, desde luego. Que nuestros empeños deben orientarse a saber y utilizar los conocimientos y las tecnologías modernas, no me cabe la menor duda. Aunque parezca increíble, un dilema: eso de no saber con cual pie salimos del pantano del subdesarrollo.
Rodrigo Fierro Benítez / rfierro@elcomercio.org