Las propuestas no han faltado. Ahora mismo hay dos iniciativas ministeriales para evitar que las mafias de la droga capten a los alumnos que acaban de iniciar clases en la Sierra y Amazonía. Todo lo que ayude a frenar este fenómeno es bueno, pero es necesario atacar al verdadero problema: las grandes bandas.
La autoridad policial dice que sí se hace aquello, que desarticulan estructuras delictivas completas. Pero desde el 2010 también se ordenó registrar a los ambulantes que trabajan en las afueras de los colegios, para que los microtraficantes no se mimeticen. No funcionó. Ellos cambiaron de estrategia y empezaron a operar de una forma distinta.
Metieron policías en las aulas y ordenaron revisar las mochilas, pero ahí no estaban los narcóticos, salvo pequeñas dosis.
El mismo Consep, antes de que desapareciera con la Ley de Drogas, admitía que las medidas “no tienen la suficiente fuerza”.
El fenómeno delictivo sigue y se agudiza. Por ejemplo, lo que este Diario publicó hace 11 días simplemente espeluzna: las mafias usan marihuana, cocaína y heroína para combinarlas y obtener cocteles peligrosos.
Las secuelas de consumir estas nuevas drogas son extremas. Producen una adicción más crónica, potencializan la ansiedad, el sueño se trastorna por completo y se pierde la capacidad de autocontrol.
La cosa es grave, es una amenaza latente. No se debe minimizarlo. Desde el oficialismo se quiere enfrentar a las bandas, pero también se ha dicho que “los índices de consumo de drogas en los planteles en el Ecuador son menores en comparación con los de varios países de la región latinoamericana”. Además, han aparecido voces para advertir que la ‘H’, un alcaloide elaborado hasta con químicos para el ganado, es el narcótico menos consumido. Puede ser, pero las consecuencias son letales, como lo reconocen las mismas autoridades.
El año pasado, el Ministerio de Salud atendió en el país a 20 894 usuarios de entre 10 y 19 años que presentaron adicciones al alcohol y drogas. Hay que profundizar la ayuda.