Después del terremoto, la palabra espontánea de la gente describió mejor la realidad y acuñó frases memorables. “¿Y qué puedo hacer? Llorar, y nada más”. La frase desolada de una madre manabita, recogida por un medio internacional, expresaba una dolorosa resignación ante la naturaleza y una cierta familiaridad con la desgracia. En contraste, un indomable padre de familia recortaba una varilla entre los escombros y declaraba ante la cámara de televisión: “Tengo que recuperar algo para empezar la reconstrucción”.
Ante el silencio y la desinformación inicial que daba cifras diversas, todas alejadas de la realidad, alguien, en Quito, dictaminó: “Los medios han perdido la capacidad y la agilidad para informar”. Después de tanto tiempo de trabajar con temor y de posponer la rapidez a la seguridad, resultó evidente que los medios habían olvidado ese ingrediente esencial de la noticia, la urgencia; habían perdido la red de corresponsales y la confianza en ellos; se habían acostumbrado a esperar y a confiar en la versión oficial.
Ya no quiero ver ni escuchar las noticias, decía un profesor universitario y luego añadió: “nunca me agradó la crónica roja y la información sobre el terremoto tiene el mismo formato; la búsqueda del melodrama, las lágrimas y el tópico”.
Siempre ha sido difícil el manejo de la información, pero nunca más cuestionable que la versión oficial de la información en tiempo de desgracia. Todo se reduce a los llamados a la calma, a repetir que todo está bajo control y a minimizar la gravedad de la crisis.
En las catástrofes provocadas por fenómenos naturales, afloran la solidaridad, la generosidad y la unidad, se olvida todo y se perdona todo. Las autoridades reciben el respaldo unánime y se desvanecen la oposición y la crítica, pero los sentimientos positivos duran poco si no se ve eficacia, agilidad, transparencia, buena fe. Medidas equivocadas pueden enfriar la solidaridad. “Si van a poner impuestos, entonces ya no tengo que hacer donaciones”, dijo un profesional cuando se anunció el incremento del IVA. Si el impuesto es para la reconstrucción no puede ser para equilibrar las finanzas públicas; debiera ir a un fideicomiso que prohíba la utilización de esos recursos en otros propósitos.
La etapa más difícil es la reconstrucción porque hay que establecer responsabilidades. “Los terremotos son los auditores de la calidad de las obras”, es otra de las frases memorables escuchada en estos días.
Para emprender la tarea de la reconstrucción habrá que tomar en cuenta la informalidad en la construcción, la calidad de los profesionales que salen de las universidades, la fiscalización de la obra pública, la revisión de las ordenanzas municipales para la construcción, la calidad de los materiales, la inspección de las construcciones sobrevivientes y la reactivación económica de las zonas afectadas.
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