Luego de la separación del poder de Dilma Rousseff queda la impresión de que Michel Temer armó un gabinete ministerial al apuro, sin mujeres, sin representantes de minorías étnicas. Hay que recalcar también que la Presidenta separada de sus funciones por 180 días aceptó las reglas del juego democrático casi sin pestañear, aunque con algunos pataleos comprensibles, y aguarda ahora el juicio que decidirá su futuro y el del Partido de los Trabajadores (PT) que lleva 13 años en el poder y no se resigna a perderlo todo.
Históricamente, Brasil es un país que valora los principios de la democracia, conoce lo que es un golpe de Estado. Por eso, las declaraciones de personajes tan descalificados como Maduro resultan tan destempladas, por usar un adjetivo generoso. Por ignorancia tal vez o simplemente por arrogancia han pretendido dar lecciones a Brasil, un país de más de 200 millones de habitantes.
También es cierto que las razones para apartar del poder a la Presidenta parecen ridículas si es que se las compara con los escándalos de corrupción donde todos salen embarrados, comenzando por el PT y su principal líder y fundador Lula da Silva, hasta algunos ministros del flamante Gobierno interino y la mayoría de diputados y senadores que se beneficiaron de las propinas del Gobierno.
A Dilma se la separa por lo que los brasileños llaman ‘pedaladas fiscales’, algo así como el maquillaje de las cifras macroeconómicas para dar la idea de que la economía estaba sólida. Ella seguirá ganando su salario y su residencia continúa en el Palácio da Alvorada.
Solo dos aciertos se pueden atribuir a Temer: José Serra, el ministro de Relaciones Exteriores, un socialdemócrata que fue candidato a Presidente. El nuevo Canciller pidió a algunos países y al Secretario de la Unasur que no se metan donde no les importa y que se informen mejor de cómo funciona la democracia brasileña que, en 1992, con el mismo esquema actual sacó del poder a Fernando Collor de Melo. La otra buena decisión fue el nombramiento de Henrique Meirelles en el Ministerio de Hacienda, un cargo muy delicado teniendo en cuenta el grave deterioro de la mayor economía de Sudamérica. Meirelles, expresidente mundial del BankBoston, fue presidente del Banco Central durante los ocho años del mandato de Lula.
A Temer le toca ahora navegar entre aguas bastante turbias. El PT volverá a las calles para ejercer presión social y forzar a que el Mandatario interino se largue antes del 31 de diciembre del 2018. Temer tendrá que dar señales claras de un manejo más austero en una economía en crisis, debe mantener los programas sociales, entre ellos el Bolsa Familia y, lo más difícil, ordenar la administración de Petrobras y decidir qué hará con esa empresa que ha sido la principal fuente de corrupción de los políticos brasileños.