Los resultados de las recientes elecciones en Cataluña en lugar frenar el proceso independentista, al contrario, lo han fortalecido.
La idea del presidente del gobierno, Mariano Rajoy, de convocar a nuevas elecciones para provocar un cambio en el parlamento catalán no progresó. La correlación de fuerzas entre independentistas y no independentistas se mantiene casi intacta. Los primeros (Junts per Catalunya, ERC y la CUP) consiguieron en 47,5% de los votos mientras los segundos lograron el 43,5%. En consecuencia, no ha habido un flujo masivo y contundente de votos a favor de los partidos que mantienen la postura de permanencia de Cataluña en España (constitucionalistas) ni tampoco se ha dado un flujo significativo en favor de las posturas independentistas.
La votación ha sido pareja debido fundamentalmente a un aspecto muy particular. El 37% de los catalanes (nacidos en Cataluña) quieren la independencia. No obstante, hay otro 37%, conformado por inmigrantes e hijos de inmigrantes, que no desean la separación de España.
Hay que mencionar que el nivel de participación electoral subió en estos comicios al 82%, en especial en zonas que en el 2015 votaron menos por la vía independentista. Sin embargo, los votos de apoyo que se esperaban en favor de los partidos constitucionalistas no llegaron.
Con ello, pese a que ninguna de estas dos corrientes tendrá mayoría absoluta, el presidente del Parlament será independentista, manteniéndose el clima de tensión con el presidente del gobierno español y alargando por más tiempo la crisis política.
Lo lógico sería que en lugar de que esta crisis se dirima por la victoria de una de las dos posturas, se abra un espacio para el diálogo y negociación en el que se escuche y valore las posiciones de las dos partes.
Y es que si vemos en perspectiva, aunque la separación de Cataluña puede ser sumamente perjudicial para España, tampoco puede desconocerse de que hay motivos de fondo que han llevado a sustentar el independentismo. Es decir, no solo es puro populismo y nacionalismo catalán. Hay aspectos de fondo que no funcionan en la monarquía parlamentaria inaugurada al término del franquismo y que, en los actuales momentos, deben ser motivo de una profunda reflexión.
La crisis económica, la cual persiste y se ha debido en parte a errores de política económica de los gobiernos tanto de izquierda o de derecha, el retroceso del Estado de bienestar, la continuidad de la corrupción, el distanciamiento de los partidos políticos nacionales de los intereses de los habitantes de las distintas regiones y el debilitamiento de la conciencia nacional española producto de la inacción del Estado, son aspectos que deben tomarse en cuenta.
Considero que este malestar está presente en toda España pero que, dadas las condiciones históricas culturales de Cataluña, hacen que esta presión por un cambio sea mayor. Esperemos que de esta crisis los resultados sean más positivos que negativos.
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