Lo que no entiendo

Confieso que contesté afirmativamente las siete preguntas de la pasada consulta por una simplísima razón: todas eran preguntas obvias, de aquellas que los entendidos llaman retóricas, es decir, preguntas que no se formulan por el deseo de saber algo, sino por enfatizar alguna idea. Quien hace una pregunta retórica ya sabe la respuesta, la única posible, pero pregunta por razones de estilo, o porque prefiere que la idea ya conocida sea dicha por el otro, por el interlocutor. ¿Quiere usted que no prescriban los delitos de pedofilia? ¡Claro, quién va a decir que no, a menos que quiera torpedear al preguntón!

Pero hubo una pregunta que no termino de entender. Es la que se refiere al inefable Consejo de Participación Ciudadana. En rigor, allí había tres preguntas: 1) la que se refería a la cesación de los actuales consejeros; 2) la que se refería a la conformación de un Consejo transitorio, y 3) la que se refería al nuevo método de designación: el sufragio. Si hubiera venido la consulta de ese modo, habría dicho que sí a lo primero, que no a lo segundo y que no a lo tercero. ¿Por qué? Porque el tal Consejo es innecesario. Una adiposidad incómoda. Y costosa.

Cuando nuestros representantes se reunieron en Montecristi, corrió entre ellos la fantasiosa idea de que podían “superar” a Montesquieu, considerado ya como un vejestorio. Y así se les ocurrió que el poder del estado no tiene tres funciones sino cinco: e inventaron el CPCCS. ¡Ah, es que la participación era la clave del nuevo estado del siglo XXI! A su lado, la asamblea del pueblo en la Atenas de Pericles era un adefesio. Y tuvimos que soportar al nuevo engendro durante diez años. Y ahora, además de elegir presidente, legisladores, alcaldes, prefectos, concejales, consejeros, juntas cantonales, parroquiales, conserjes, canónigos, etcétera, etcétera, tendremos que elegir también los consejeros del CPCCS. Los elegiremos para que nos representen. O sea, para que representen a la ciudadanía.

Pero… ¿no nos enseñaron que los legisladores, reunidos en un cuerpo colegiado llamado congreso, asamblea o parlamento, son los representantes del pueblo? ¿O será que el pueblo es algo diferente de la ciudadanía? Porque si son lo mismo, ¿para qué deben funcionar dos organismos diferentes? ¿Para asegurar la participación? ¿Y no participamos cuando decidimos quién debe gobernar y quiénes deben legislar? Ah, es que la Asamblea es un órgano político, y el CPCCS no lo es. ¿No lo es? ¿Puede no ser político algo que pertenece al estado? Sí, pero a la Asamblea van políticos en libre ejercicio de su oficio, con afiliación y todo, y en cambio al CPCCS deben ir solamente los mejores, los impolutos, los que están sobre toda sospecha. A ver, a ver, ¿y no deben ser impolutos todos los ciudadanos elegidos para cualquier función pública?

Basta. Mientras más trato de explicarme a mí mismo la razón de ser del CPCCS, menos creo en su necesidad. ¿Por qué no se la suprime de una buena vez y se traslada sus funciones a la Asamblea?

ftinajero@elcomercio.org

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