En esta semana se llevará a cabo en suelo panameño otra edición de la Cumbre de las Américas, organizada bajo el auspicio de la OEA. La reunión estará matizada por varios hechos destacados que se producen en la región. La participación de Cuba, que ha sido invitada una vez que Estados Unidos ha cambiado su política hacia la isla; las tensiones producidas en Venezuela por su delicada situación y la decisión del régimen de arremeter en contra de los opositores, provocando serios cuestionamientos a sus políticas en materia de derechos humanos, y las negociaciones que lleva a cabo Colombia para dar por terminado su conflicto interno que dura más de medio siglo. De alguna manera, estos tres hechos relevantes tienen vasos comunicantes entre sí; por lo que, aunque no se esperan declaraciones rimbombantes, servirán para que en los contactos entre los dignatarios de los países se topen estos asuntos, a la espera de que poco a poco las negociaciones que se desarrollen conduzcan con éxito a soluciones que satisfagan a los involucrados. En cierta forma de cómo se atiendan estas cuestiones dependerán las relaciones futuras de EE.UU. con esta parte del mundo.
Hay que admitir que la potencia americana no tuvo a esta región como su prioridad y, en los últimos años, incluso cedió espacio para que otros países hagan sentir su influencia en ella. Esto tiene su explicación. El interés estratégico de Estados Unidos se encuentra en geografías lejanas, donde existen conflictos activados cuya escalada pudiera incluso poner en peligro la paz mundial. A esto se suma que en esas zonas se juegan importantes decisiones que tienen que ver cómo quedarán establecidas a futuro las nuevas fronteras, la existencia de otros Estados y la manera cómo las potencias se interrelacionarán con ellos, a efectos de cuidar sus intereses geopolíticos.
América Latina, ventajosamente, no sufre esta clase de conflictos. Mayormente está conformada por países en los cuales la clase media se ha ido expandiendo, quitando tensiones a los conflictos internos, las disputas fronterizas han caído a niveles casi inexistentes, los alzamientos de los grupos insurgentes han fracasado en lograr el apoyo popular, por lo que ahora el único grupo irregular existente está buscando la forma de dar por terminada su aventura en la mesa de negociaciones. En teoría, debería ser una región altamente atractiva a los negocios por su relativa estabilidad. Pero en los hechos no sucede así.
Las relaciones deben repensarse. La política estadounidense debe mirar a la región con otros ojos. Ya no es la época en la cual se pueden imponer decisiones y, de hecho, parecería que han desaparecido esas intenciones. Pero, de otro lado, los países latinoamericanos tienen también que comprender la importancia trascendental que implica tener a la aún mayor potencia mundial como su socio, a la cual la mayoría de ellos le tiene como su principal adquirente de sus exportaciones. Negar esta realidad simplemente es desperdiciar posibilidades de crecimiento futuro.
Manuel Terán / mteran@elcomercio.org