El diálogo en los tiempos del cólera

La réplica del secretario de Comunicación a un artículo de opinión de Carlos Rojas, obliga a una consideración del ámbito periodístico. No existe ninguna normativa que obligue a reproducir una réplica sobre una opinión. Para eso existen escenarios para el debate en medios públicos y privados. Las opiniones son creaciones intelectuales autónomas, solo son restringidas o prohibidas en regímenes de facto. Se confunde la obligatoriedad de rectificar una información errónea con una opinión con la que se discrepa. Salvo que la carta oficial, solo haya sido otra carta más de los asiduos lectores de la sección.

Pero lo principal del mencionado instrumento no es la procedencia sino el contenido que provoca el debate. Hay mucho que escoger, pero por obligación editorial hay que analizar lo más contundente: “Es preciso indicar que la democracia del consenso es una posición profundamente conservadora que niega justamente el pluralismo y el antagonismo que son inherentes a cualquier política democrática”.

Para desenredar el contenido del párrafo, pues la sintaxis es lo de menos, es preciso regresar a una disquisición conceptual que tuvo vigencia en los años 60 en América Latina. Se trata de la diferencia entre “doctrina, ideología y política”. No es paradigma, pero ayuda a diferenciar y ubicar los niveles en las polémicas. La doctrina la conforman los grandes principios religiosos, éticos y morales de un pensamiento que colectivamente tiene incidencia o seguimiento en una sociedad.
La ideología, en el siguiente nivel, es el conjunto de referencias que permiten la interpretación del mundo y la proyección de los acontecimientos si se siguen las premisas que dieron origen a la identificación ideológica. Por el contrario, la política aterriza la reflexión en el campos “del aquí y el ahora”, dando origen a sus acciones fundamentales como son la estrategia y la táctica para obtener o mantener el poder.

Los ejemplos de acuerdo en la historia son innumerables siempre entre diferentes o muy contrapuestos. El Pacto Ribbentrop - Molotov fue inconcebible, pero se suscribió. Churchill no aceptó de buena gana las conferencias de Teherán y Yalta, pero tuvo que tolerarlas para finalizar la segunda guerra. Más tarde Nikita Kruschev y John F. Kennedy llegaron a un acuerdo por la crisis de los misiles y evitar la tercera guerra mundial. Se garantizaba la vigencia de la Revolución Cubana, pero sin una extensión real a otros estados de América Latina; es decir, circundada al espacio de la isla. En nuestros días, representantes de EE.UU., Venezuela, al parecer consumieron algún producto y conversaron en Haití.

Cerrando un artículo, no un debate, es válido concluir que la democracia es un sistema participativo y alternativo en la conducción del poder; en ella subsisten la confracción, la polémica y las diferencias, pero que no sobrevive sin el acuerdo; y en sistemas más avanzados con la concertación. Lo contrario es infantilismo que, como diagnosticó Lenin, es el mal del izquierdismo.

anegrete@elcomercio.org

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