La carta de San Francisco, que dio nacimiento a la ONU en 1945, está superada, es anacrónica y no refleja ya la realidad de comienzos del siglo XXI. Los polos de poder se han desplazado, las amenazas se han incrementado y diversificado, las necesidades de la humanidad han crecido. La carta de Bogotá que a su vez dio origen, en 1948, a la OEA, tampoco lo hace. El continente americano ha sufrido una modificación sustancial en este último cuarto de siglo. América Latina, a pesar de inevitables altibajos y excepciones, ha madurado en términos democráticos, económicos y sociales. Estados Unidos que ha visto disminuida, aunque no perdida, su hegemonía mundial, ha disminuido su interés en nuestra región por no ser centro de sus preocupaciones.
En este nuevo escenario no sorprende que en América Latina, tradicional pionera en estos afanes, aparezcan nuevas propuestas de regionalismos multidimensionales y no solo procesos de integración liberal y comercial, para formar bloques que permitan dialogar y negociar con grandes potencias y bloques de potencias dentro de una menor asimetría.
El más reciente proceso de regionalización es la CELAC, que agrupa a todos los países de América Latina y el Caribe, es decir todos menos Estados Unidos y Canadá. Este proceso ha tenido ya tres cumbres, en Chile, Cuba y Costa Rica, presididas temporalmente por sus respectivos gobiernos por un año. La primera en fue de lanzamiento formal, la segunda y más exitosa la de integración total y la tercera la del inicio de la consolidación.
La cuarta será en Quito bajo la presidencia pro tempore del Ecuador que la asumió en enero de 2015 y que hasta el momento no ha tenido mayor relevancia salvo la gris reunión de cancilleres que se realizó a comienzos de mayo en Quito y a la cual asistieron solo nueve de los treinta y tres Cancilleres que debían asistir y, además, no se llegó a suscribir el documento propuesto por la presidencia. Recuérdese que ya ha transcurrido la mitad del período…
Ecuador debe sacar provecho del ejercicio temporal la presidencia. Debe de potenciar la organización y fijar metas concretas, sobre todo en el ámbito político, de paz y seguridad y de democracia. De ahí que, junto con la consolidación de la CELAC como entidad de consulta y concertación política para actuar de manera conjunta en los temas internacionales que nos conciernen, como el respaldo a Argentina respecto de las Malvinas o a Cuba sobre Guantánamo, debería involucrarse en la búsqueda de salidas por medios pacíficos a problemas intrarregionales. ¿Por qué no interceder en el problema de la salida al Pacífico de Bolivia, al diferendo entre Nicaragua y Costa Rica, al de Guatemala y Belice, entre otros? Aproximarse a la solución de estas divergencias le daría legitimidad a la CELAC.
Nuestro país al frente de la CELAC puede liderar propuestas audaces y propositivas sin incursionar en temas que ya están siendo abordados por otros organismos de la región.
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