En el 2015 se cumplen 200 años del nacimiento de Don Bosco. Con esta ocasión se ha recordado no solo su labor como educador católico, sino su papel de original innovador de la pedagogía y de la relación educación-sociedad. En realidad, su obra tuvo impacto no solo en los medios católicos y hasta en los sistemas educativos en el marco internacional.
Juan Bosco, un sacerdote italiano que vivió a todo lo largo del siglo XIX (murió en 1888), desarrolló un método educativo centrado en la personalidad de los jóvenes y en la necesidad de que la vivencia cristiana y su preparación para ser ciudadanos fueran parte de su cotidianidad. Especialmente, se dedicó a los pobres y a la educación artesanal, que él logró dignificar y elevar de nivel. Fundó la congregación salesiana, que es una de las mayores en el catolicismo mundial.
Los salesianos llegaron al Ecuador el mismo año que Don Bosco murió. Desde entonces han llevado adelante muy destacadas labores en varios campos. Por una parte, se han dedicado a la educación tanto técnica como humanística y a la renovación pedagógica. Por otra parte, han desarrollado una amplia actividad en las misiones amazónicas, con significativos resultados, siendo quizá el más importante el impulso de la organización indígena.
Fui invitado por el colegio salesiano de Riobamba para que participara en un acto conmemorativo del bicentenario de Don Bosco y me pareció oportuno exponer algunas ideas sobre la trayectoria de los salesianos en nuestro país. Hablé algo de su llegada y de su acción como educadores y misioneros. Confieso que cuando hablaba de “los salesianos” pensé también en las religiosas salesianas, que han sido parte fundamental de su acción en el Ecuador, a tal punto de que una de ellas fue canonizada por la Iglesia, la madre Troncatti.
Al fin de mi intervención, una religiosa salesiana, por cierto muy cordialmente, me reclamó que no había dicho una palabra de las hermanas salesianas en el país. Traté de explicarle que al hablar de “los salesianos” hablaba de todos, pero entonces me di cuenta de que, vista desde ese ángulo mi intervención había resultado, quizá muy entusiasta por los salesianos, pero machista y excluyente.
El lenguaje nos traiciona. Y saca a la luz viejas taras de nuestra formación (o deformación). Podemos decir que cuando hablamos en general usando el masculino incluimos hombres y mujeres, pero la verdad es que eso crea un silencio sobre la mujer y su presencia social. En este caso, las disculpas no eran suficientes. Hice la promesa de que nunca más en una intervención pública daría por descontado que las mujeres “están dentro” sin mencionar expresamente su acción y su presencia.
Los salesianos fueron mis maestros. Y lo reconozco siempre. Ahora una salesiana me dio una lección. Es una lección aprendida.
Enrique Ayala Mora / eayala@elcomercio.org