Las noticias de los últimos días traen el anuncio de un acuerdo marco al que han llegado de un lado Irán y del otro seis potencias mundiales –Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, China y Estados Unidos- que busca frenar o evitar el desarrollo por Irán de armas nucleares a cambio del levantamiento progresivo por sus contrapartes de paralizantes sanciones económicas.Desde noviembre de 2012, la guerrilla de las FARC y el Estado colombiano vienen negociando para traer la paz a Colombia, luego de décadas de violencia que han afectado de manera atroz las vidas de varias generaciones. Estos son dos importantes procesos que estamos viviendo en la actualidad.
Tenemos otros excelentes ejemplos que se dieron en el pasado reciente. En enero de 1993 se hizo efectivo el acuerdo, llamado el Divorcio de Terciopelo, para dividir a Checoslovaquia en dos países, la República Checa y Eslovaquia, sin que haya habido, en el camino, un solo brote de violencia. Sudáfrica puso fin al espantoso sistema del apartheid en 1993, y dio paso a la transferencia pacífica del poder de la minoría blanca a la mayoría negra con la elección a la presidencia del país, en 1994, de Nelson Mandela. Irlanda del Norte concluyó su terrible experiencia de confrontación armada y de violencia entre católicos y protestantes, que se desarrolló durante varios siglos, a través de un largo proceso de negociaciones que concluyó en 1998.
Todos estos ejemplos validan la afirmación de Rodrigo Londoño Echeverri, dirigente de las FARC ahora participante en las negociaciones en La Habana: “Cuánto dolor y lágrimas, cuánto luto y despojo inútil, para concluir que la salida no es la guerra sino el diálogo civilizado”.
También oímos voces contrarias. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu expresa una acérrima oposición a las negociaciones con Irán. Y es verdad que no siempre ha resultado positiva la búsqueda de un “diálogo civilizado”. Un claro ejemplo negativo en la historia occidental moderna lo constituyen los fallidos intentos del primer ministro británico Neville Chamberlain por negociar con Adolf Hitler durante la década de 1930. En efecto, cuando el otro busca, abiertamente y sin atenuantes, irrespetar, imponerse, avasallar, destruir, adquiere validez la dolorosa opción de hacerle frente con la fuerza.
Pero, ¿es la aplicación de la fuerza el único camino para frenar el peligro que representan Irán o las FARC en sus respectivos contextos? ¿Era la fuerza, en el pasado, el único camino para frenar a los separatismos en Checoslovaquia, al apartheid en Sudáfrica, a los grupos enfrentados en Irlanda del Norte?
Cuando un conflicto ha escalado y las partes se sienten mutuamente amenazadas, la elección a favor del diálogo civilizado es siempre difícil, pero es factible si hay la voluntad de evitar la mutua destrucción.
Jorje H. Zalles / jzalles@elcomercio.org