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A pesar de mis nulos conocimientos en medicina, me atrevo a hacer un diagnóstico de la gestión de la Organización de Estados Americanos, OEA respecto de la situación de Venezuela: fracaso crónico sin posibilidad de recuperación y, sobre todo, sin interés de hacerlo por parte del paciente y sus tratantes.
La semana pasada se realizó una nueva reunión, esta vez de Cancilleres, para tratar el tema sin que se haya llegado a un mínimo consenso sobre dos propuestas de resolución sometidas a debate. Resultado, un fracaso. La división marcada en el continente, en la cual hay más países que condenan al gobierno de Maduro que los que lo apoyan, se radicaliza y éste se atrinchera y se defiende con violencia.
En la OEA se han sucedido múltiples reuniones del Consejo Ejecutivo y de la Asamblea General desde hace más de un año con la intención buscar la aplicación de la Carta Democrática y todas, por una u otra razón, han fracasado. Los responsables son los países miembros y la propia Venezuela.
La última de cancilleres fue intrascendente. Se limitaron las delegaciones a exponer sus posiciones y no se llegó a ningún acuerdo por insuficiencia de votos; se declaró suspendida la sesión para reanudarla antes del 19 de junio. Me adelanto en su resultado: otro fiasco.
Entretanto, Venezuela notificó su decisión de salir de la Organización lo cual sin duda es un fracaso diplomático de ese país, de la Organización y de su Secretario General que se ha extralimitado en sus funciones a través de imprudentes y constantes declaraciones públicas. Su función es la de ayudar a lograr consensos y no adoptar posiciones. Son los países, soberanos, los que las toman y no el Secretario General que las debe cumplir.
Para sorpresa, el señor Almagro, con inexplicable satisfacción, dijo que Venezuela “había quedado aislada”, como si fuera una victoria de la OEA. Nada más equivocado, a Venezuela no hay que aislarla, hay que guardarla en su seno para ayudarla a resolver sus graves problemas. Al paciente no hay que abandonarlo, más aún cuando este se desangra con más de 60 muertos y un sinnúmero de heridos.
Por el contrario hay que acercarse para atenderlo. No hay que olvidar que la solución es de los propios venezolanos para lo cual requieren ayuda.
La gestión de la OEA ratificó su inoperancia a pesar de disponer de herramientas para defender la democracia en la región. De lo que se trata es de utilizarlas con eficacia, no para confrontar y crispar los ánimos como lo viene haciendo la Secretaría General. Lo único que se logra es hacer sufrir aún más al pueblo venezolano alejándolo de una concertación entre gobierno y oposición, que son quienes, al fin de cuentas, los que deben aclarar sus asuntos. Resultado: habrá que buscar otro tratante.