En una entrevista de radio hace unos días, dije que a mi juicio la reciente resolución del Consejo Permanente de la OEA, que insta a las partes a dialogar sobre la grave crisis venezolana, no hará mucha diferencia, porque se fundamenta en la idea de que son procesos políticos los que cambiarán nuestras sociedades.
¿Qué las cambiará, entonces?, se me preguntó. Y respondí, como muchas veces he dicho y escrito, que cambiarán cuando por acción nuestra, desde la sociedad civil, dejen de ser dominadas por la psicología del autoritarismo y de la dependencia. No es, dije, que los gobiernos deban cambiar a las sociedades; las sociedades deben cambiarse a sí mismas, y entonces cambiarán los gobiernos.
“¡Qué optimismo!”, exclamó espontáneamente un apreciado amigo, contertulio en la entrevista, en tono de sorpresa, no carente de incredulidad e incluso, tal vez, de burla.
Estoy de acuerdo en que soy optimista. Creo que América Latina, incluidos los países de la región con mayores problemas, va por buen camino. Y no me refiero al camino político. Hemos pasado muchas veces antes por movimientos pendulares de derecha a izquierda, al centro, de regreso a la derecha, y nada de fondo ha cambiado.
Me refiero más bien al despertar de las sociedades civiles, a una progresiva toma de conciencia entre hombres y mujeres de diversas edades, tendencias ideológicas y estratos socioeconómicos, de que es cierto que las sociedades deben cambiarse a sí mismas, y entonces cambiarán los gobiernos.
Soy optimista, pero el optimismo y el pesimismo son solo características de una predicción: optimista es quien plantea que el futuro va a ser mejor, y pesimista, al contrario, quien plantea que va a ser peor.
Lo esencial no esa una predicción, en cualquiera de los dos sentidos: lo esencial es la expresión de un imperativo moral, no de cómo creemos que van a estar las cosas, sino de cómo creemos que deben estar. Además de mi anterior visión optimista, planteo que debemos actuar, cada uno en su ámbito y hasta los límites de su influencia, para generar sociedades –compuestas de familias, escuelas, colegios, empresas, instituciones- más decentes, más respetuosas, menos tendientes al atropello y menos tolerantes con este.
En su famoso discurso en Washington, en agosto de 1963, Martin Luther King Jr. dijo: “Sueño con que se juzgará a mis pequeños hijos no por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”. La expresión no es optimista ni pesimista: no dice nada acerca de cuán probable pensaba King que era el cambio con el que soñaba. King declaró cómo pensaba que debían ser las cosas.
Soñadores nos llaman a quienes creemos que la realidad debe cambiar y tratamos de hacer algo para cambiarla. Sí. Sueño contra corriente, con cómo creo que debemos vivir.
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