El mundo está lleno de casos en los que alguien predica algo y hace todo lo contrario. Famosos han sido, por ejemplo, los escándalos de pastores evangélicos que se hicieron populares en shows de televisión en los que daban prédicas sobre fidelidad conyugal y combate a las drogas y luego eran sorprendidos con prostitutas y consumiendo alcohol. Es lo que se llama desfachatez e incoherencia.
En política ocurren cosas parecidas a lo que algunos predicadores de TV han hecho. Por ejemplo, quejarse de un supuesto plan desestabilizador de la oposición, como hace el correísmo, y llevar al mismo tiempo bajo la manga un proyecto para alterar el carácter de la Constitución y beneficiar a quien actualmente está en el poder.
El caso se parece al de los predicadores de TV porque si hay algo que va en contra no solo de los preceptos más básicos de la conducta democrática, del que dice preciarse el correísmo, sino de la honestidad intelectual y política es apalancarse en el poder que se tiene para realizar cambios que benefician a quien patrocina dicho cambio. Los ejemplos de quienes han cambiado la Constitución estando en el poder para prolongarse en su cargo son lamentables: ahí están Fujimori, pionero en el tema, y Chávez, el genio que cimentó la destrucción de Venezuela. Ni qué decir de Pierre Nkurinziza que hace muy poco “interpretó” la Constitución de Burundi, que fijaba un límite de dos períodos presidenciales, para ser elegido por tercera vez y provocar una guerra civil en su país.
Pero si cambiar las reglas de juego para beneficiarse no es ni intelectual ni políticamente honesto, introducir la reelección inmediata a través de una simple enmienda y no de una consulta popular es, en el mejor de los casos, un acto de dudoso apego constitucional.
Denunciar repetitivamente sobre planes conspirativos y desestabilizadores cuando al mismo tiempo se quiere alterar el carácter de la Constitución recurriendo al leguleyesco recurso de la enmienda, que solo necesita ser aprobado por la Asamblea sin recurrir al verdadero poder constituyente que es el electorado total, es lo más parecido que hay en política a los escándalos de los predicadores de televisión que son sorprendidos haciendo exactamente lo contrario de lo que predican.
Igualmente contradictorio es que el Presidente -que es quien está patrocinando el proceso de la enmienda- haya convocado a los militares el lunes para que salgan a evitar que se produzcan un acto desestabilizador, cuando la amenaza más desestabilizadora que actualmente tiene en el horizonte el país es la enmienda constitucional con la que se pretende introducir una figura extraña al carácter de la Constitución: la reelección indefinida.
Incoherente es acusar a los inconformes del país de tener planificado un golpe de Estado cuando la verdadera amenaza desestabilizadora está en la enmienda.
El golpe no está en las calles. No lo busquen ahí.