Hay un rendimiento decreciente en el gasto comunicacional del Gobierno. Mientras aumenta el desembolso de dinero y tiempo en más y más propaganda, el receptor cree menos y desconfía más. La batalla comunicacional en la que se enfrascó desde el primer día de gestión, está siendo perdida.
Hay cansancio en el auditorio y resalta el exceso de maquillaje que tiene su puesta en escena. La verdad está ausente y el relato es malo. “La verdad bien contada” –lema de una famosa agencia de publicidad– no existe en el oficialismo.
Culpar una y otra vez a los medios de comunicación y a los opositores de informar mal y de tergiversar lo que hace o desea el Gobierno, llegó al límite de lo creíble. La realidad es terca.
La gente no cree, pues los hechos se presentan claros y duros: el Gobierno tuvo la suerte de ser favorecido por una bonanza de precios del petróleo jamás vista en el pasado, pero fue incapaz de ahorrar y prepararse para los momentos difíciles. Tampoco trabajó para sentar las bases de un mejor Estado, de instituciones adecuadas y de una democracia aceitada.
Siguiendo la línea dictada por el Presidente, el oficialismo argumenta ahora que las protestas son las culpables de la falta de inversión y crecimiento. Pretender que esta idea la acepte el respetable, es una tarea cuesta arriba. Es tanto como querer vender la tesis de que China ofrece las condiciones más blandas y convenientes para endeudarse.
El Estado se engordó como nunca antes y gastó a manos llenas. Ahora hay deudas declaradas y otras maquilladas, un gran hueco fiscal y un futuro económico complicado. Seguir afirmando que el correísta fue el gobierno más técnico y responsable de la historia republicana, no tiene sustento.
Lo que perdió el oficialismo es la reputación. Ninguna campaña genial va a cambiar esa realidad, por eso el rendimiento decreciente de su propaganda. Tanto dinero del bolsillo de los contribuyentes para pagar sabatinas, cadenas y piezas publicitarias. Un desperdicio.
No sería de sorprenderse si el correísmo comienza a repetir el mantra de que está “perdiendo la batalla comunicacional”. Lo han dicho casi todos los gobiernos del mundo cuando la realidad los desmiente y el favor de los electores se desmorona.
Frente a una golpeada reputación, deben sincerarse los diagnósticos, reconocerse errores y presentar soluciones. Ese debería ser el norte de la comunicación oficial. En otras palabras, mostrar la “verdad bien contada”. Pero el correísmo no enmendará. Habrá entonces que soportar su propaganda por un tiempo más. Luego se les pedirá cuentas del derroche y la inquina.