Por segunda vez durante su gobierno, Correa concurrió a la Asamblea General de la ONU y habló en representación del Ecuador. ¿Está anunciando el fin de su “espléndido aislamiento” e insinuando una apertura –tardía pero necesaria- hacia la comunidad internacional y sus instituciones?
Comenzó formulando observaciones a la organización de la Asamblea porque tuvo que pronunciar su discurso en “un auditorio casi vacío”, como lo dijera la prensa. Criticó que se programen “más de 30 exposiciones en un solo día”, sin recordar que son las exigencias de los propios jefes de Estado la causa de este problema. Si la ONU tiene más de 190 Estados miembros, habrá que oír –quizás no escuchar- igual número de discursos.
Cuando hablan personas con autoridad moral indiscutible, como el Papa o Mandela, o quienes están en capacidad de anunciar políticas que puedan influir en el orden internacional, el auditorio está lleno. ¿Cabe extrañarse, entonces, de que la palabra de Correa, aún siendo pretenciosamente presentada como el mayor tesoro del Ecuador, no despertara interés o siquiera curiosidad suficientes para colmar el auditorio principal de la tan denostada ONU?
Después de la crítica, Correa se refirió a algunos temas de actualidad como la causa argentina sobre las Islas Malvinas, Cuba en su justo reclamo sobre Guantánamo, y Siria, con cuyo pueblo -identificándolo seguramente con Bashar al Assad- se solidarizó. Habló también sobre el medioambiente y la explotación de petróleo en la Amazonía ecuatoriana. Para renovar el lustre de sus convicciones democráticas, se reunió con el cuestionado Presidente de Belarús. Finalmente, se hizo un ‘harakiri’ al demandar a la comunidad internacional que promueva la libre circulación de personas más que la de mercancías, olvidando descuidadamente los casos de Manuela Picq o de los colombianos deportados por Venezuela.
Por supuesto, dijo que hay que resolver los problemas de la pobreza extrema y subrayó que su gobierno ha alcanzado prácticamente todos los objetivos del milenio.
Correa no habló del vía crucis de importantes derechos humanos en el Ecuador, aunque durante su visita no faltaron los acostumbrados dardos contra la prensa y los periodistas.
La presencia de Correa en la ONU tiene quizás un significado que va más allá de lo que dijera. Muchos consideran que el Presidente quiso marcar un cambio de rumbo en sus contactos con el mundo, para explicar luego las gestiones que actualmente lleva a cabo para acercarse al FMI.
Ojalá en su visita a la ONU, Correa haya podido constatar la importancia de la diplomacia profesional, especialmente elogiada por los grandes líderes del mundo –izquierda y derecha- que le agradecieron por el éxito alcanzado después de años de difíciles negociaciones con Irán en el caso del acuerdo nuclear.
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