El terror es el arma de los débiles y los desesperados. El terrorista es un sectario que se arroga la prerrogativa de matar en nombre de una idea que la considera superior; un victimario que, a su vez, afirma la voluntad de convertirse en víctima. Su victoria: triunfar sobre el miedo, imponer el pánico; su gloria: la autoinmolación. Al igual que ciertas guerras que se inician con escaramuzas y acaban en hecatombes, el terrorista conoce dónde y a qué hora empieza su aventura asesina pero jamás sabrá cómo y cuándo terminará. La exigencia de más terror lo acosará siempre, pues nunca dejará de haber una razón para no abandonarlo.
El terrorista es un asesino exigente que aspira a ennoblecer su acción invocando una causa justa: la libertad de un pueblo, la lucha contra un tirano, un ideal político. En estricta moral no hay argumentos ni razones que justifiquen los actos terroristas y la idea del terror como práctica es intrínsecamente inmoral. A partir del siglo XIX se ha ido perdiendo la capacidad de distinguir entre el terror y aquellas formas de coerción que pueden ser legitimadas
Luego de los recientes ataques terroristas ocurridos en París el 13 de noviembre, ninguna metrópoli de Occidente duerme hoy tranquila. Se teme que el horror de una guerra absurda atrape una ciudad aparentemente dichosa y desprevenida; que la barbarie se instale en su vida cotidiana. Un grupo de audaces asesinos e imbuidos de ideas fanáticas es capaz, ahora, de desafiar a viejos imperios. Los eslabones de confianza que enlazan las relaciones humanas se rompen y eso lo sabe el terrorista. Desparramar el recelo limitando la libertad es su cometido. Si todos sospechan de todos será fácil doblegar una comunidad por el miedo y la incertidumbre. Maniobrar desde la sombra es su táctica, pues sabe que no podrá salir airoso frente a un ejército.
Una cosa es que un país declare la guerra a otro y, en consecuencia, crezcan los temores y recelos, la población se aliste a la contienda y se prepare a la violencia. Otra, muy distinta, es que un grupo de asesinos armado hasta los dientes y con odio irrefrenable decida infiltrarse en una ciudad desmemoriada y en la que un día menos pensado, a la hora en la que unos se divierten y otros trabajan, haga estallar sus bombas diseminando el caos, el horror y la muerte. Será solo entonces y cuando la ciudad empiece a contar sus muertos que despierta a una nueva realidad.
El terrorista busca con su acción asesina transferir el sentimiento de culpa a la víctima. Esto es lo que está ocurriendo en Francia luego del ataque yihadista. Hay quienes afirman que la sociedad francesa y el propio Estado son los primeros culpables de los atentados del 13 N ya que los criminales son jóvenes franceses de raíz musulmana que debieron soportar un destino de exclusión y desempleo.
La táctica del terrorista no es solo irrogar un castigo a una sociedad que él aborrece sino volverla culpable de la acción terrorista. No es solo venganza, también pretende ser pedagogía.
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