El dúo Maduro–Morales acaba de dictar a un Ecuador que intenta salir del correísmo una lección de cómo entienden los revolucionarios el tema de la no injerencia en la política interna de otros países. Desde los días de la sinuosa María Fernanda (a quien Correa todavía aprueba), el Gobierno se ha cuidado de no topar ni con el pétalo de una rosa los sangrientos atropellos a los derechos humanos llevados a cabo por la dictadura militar de Caracas, y las artimañas de Morales para perpetuarse en el poder. Pero ellos, cuando se trata de defender al amigo del alma, no tienen empacho en cuestionar a la Justicia ecuatoriana que por fin actúa como es debido.
En esta cátedra de cinismo, la intromisión de Assange en las elecciones de EE.UU., o de la Inteligencia cubana en los más altos niveles de la estructura de seguridad venezolana, o de la misma Venezuela en el manejo de la economía y la política bolivianas en tiempos de Chávez, no son vistas como injerencias foráneas sino como una defensa del proyecto socialista, mientras el apoyo norteamericano a la lucha contra el narcoterrorismo en la frontera norte es, qué duda cabe, una maniobra imperial.
Aumentando su deshonra con la proyección de sus demonios, Correa atribuye la apertura de nuestra política internacional al resentimiento patológico que envenenaría al presidente Moreno, quien, con el solo afán de darle la contra, se alía con sus enemigos. Pero esa dialéctica correísta de amigos–enemigos también es sinuosa. Para ilustrarla, ahora que se cumplieron diez años del ataque a Angostura, recordemos cómo actuaron las autoridades de ambos países.
En su libro ‘Jaque al terror’ (del 2009, ojo), Juan Manuel Santos, el ministro de Defensa de Álvaro Uribe que condujo la operación, pretende justificarla invocando la tesis de la legítima defensa de un Estado pues los terroristas de las Farc eran quienes violaban la soberanía del Ecuador, dice, y atacaban desde allí al pueblo colombiano. Santos critica duramente al gobierno de Correa por su permisividad con Raúl Reyes, cuyo campamento era un refugio seguro visitado por autoridades y simpatizantes de varios lados.
A raíz del ataque, para reforzar la imagen del macho alfa defensor de la patria, la propaganda oficial repitió hasta el cansancio por TV la mirada de odio que dirigió Correa a Uribe. Pero cuando Santos asumió la presidencia, Correa se hizo el loco respecto de las críticas del exministro de Defensa, que también detallaba en su libro el financiamiento de las Farc a la campaña de Alianza País.
En apariencia se llevaban muy bien, lo que no impidió que Correa ordenara el secuestro de un opositor político en ‘la hermana república’. Habrá pensado: si Santos bombardeó a mi amigo Reyes en Angostura, ¿por qué no voy a traerme a la brava a mi enemigo Balda? Pero la torpeza con la que ejecutaron la operación le tiene ahora contra las cuerdas.