El sectarismo de quienes gobernaron y ejercieron el poder más de una década con autoritarismo, atropellamiento de las instituciones, pisoteo de la Constitución y las leyes, quiere seguir imponiéndose como si fueran dueños del país y sin entender que con esperanza el Presidente ha abierto un etapa de diálogo con racionalidad y respeto, lo cual no significa aún el arreglo de los problemas. Resulta una obligación poner un alto a la confrontación, el odio y la intolerancia, signos nefastos del pasado reciente.
No entendieron que la riqueza del diálogo no es entre los mismos, como ocurre con la dictadura en Venezuela, sino con los que piensan diferente. Eso genera expectativas en un país que requiere soluciones. Creen que la política es la imposición vertical de las cosas, herencia negativa de quien debiera dejar en paz al nuevo gobernante para que ejerza su administración pensando en todos los ecuatorianos y no solo en el movimiento oficialista. No es su vasallo, como trató al resto.
Los regímenes democráticos escuchan y procesan con tolerancia a la diversidad que compone una sociedad civilizada. No se agrede ni atropella como hasta hoy ocurre cuando se trata de esclarecer y llegar a la verdad en tantos actos de corrupción (casos Odebrecht y Caminosca, entre otros). ¿Hay terror a ser fiscalizados y que se descubran los hechos? Se piden respuestas a través de mecanismos legales y las reacciones son las trompetas, la bulla y agresiones. Cuánto mal se hizo al dañar la cabeza de la gente y enseñar a odiar, con resentimiento social. Resulta deplorable que en la Asamblea la mayoría oficialista niegue el apoyo al proceso de diálogo.
Se necesita resolver temas estructurales urgentes, la crisis económica que heredara del régimen pasado. Primero el país debe conocer cuanto antes el estado de las cuentas fiscales, que no han estado al día sino con verdades a medias, propias del discurso populista que engaña a las masas.
En lugar de seguir con la confrontación y la imposición del pensamiento único se deben encontrar soluciones a grandes amenazas como la inseguridad, el narcotráfico y microtráfico, que no solo es cuestión de tablas sino problemas de fondo que ocurren en el territorio nacional.
Qué bueno que en tan poco tiempo comiencen a decantarse y sincerarse las posiciones y se defina el panorama. Es hora de decir basta al estilo autoritario que gobernó el país más de diez años. El Presidente tiene que gobernar para todos y no solo para los oficialistas, como se acostumbraron. Si así lo hace, el Ecuador tendrá esperanza aunque se resientan aquellos que se creen dueños de los destinos de la nación. Se necesita desmontar el modelo concentrador del poder, que tanto ha afectado y cuyo mal ejemplo de Venezuela está a la vista, en medio de corrupción y resistencia a dejar el poder y ser fiscalizados.