Recorren la ciudad cientos de uniformados, celular en mano, mente en la nube. De pie en las esquinas y en los parterres, siempre en grupos de dos, tres o hasta cuatro, multiplicando su ineficiencia. Conversando entre ellos, sonreídos, sus ojos fijos en sus pantallas. A su alrededor el caos, las filas eternas de automóviles inmóviles. ¿Semáforos? Su razón de ser exterminada por sus clones sin capacitación suficiente con pitos ensordecedores entre sus labios, que algo se han silenciado. Al principio, serviciales, tímidos, intentando ejercer su labor. ¿Hoy? Pasean, al parecer, sin rumbo, pero se han vuelto malcriados, groseros con los ciudadanos, quienes pagan sus salarios de casi mil, que necesitan de su concentración y su servicio. ¡En cada esquina un mal gasto de más de mil dólares! Con la excepción normal de un cinco por ciento. ¿Y el beneficio?
Los buses, ahogan con sus escapes de gases negros, potentes, veneno puro. Los agentes no los detienen porque es labor de los fiscalizadores de la AMT, ¿dónde están los fiscalizadores?
Cuando hay un accidente, no llegan a tiempo. Los cuidadores de carros son sus nuevos asistentes y, “ayudan”, hasta que se desocupen de sus importantes labores de complicar el tránsito. Los autos se parquean sobre los cruces peatonales, sobre veredas, en cualquier lado, pasan los agentes y no hacen nada, ni llamar por su celular, porque ese aparto está para otros menesteres: entretenerse, tomarse fotos, selfies, con pose y, todo, mientras deberían cuidar de los niños a la salida del colegio. ¿Ayudar a un peatón a cruzar? Jamás, los ven con desdén, sea niño, joven o adulto, no hay distinción ni para los discapacitados.
Los vehículos sin placa, que hacen del espacio público, no sólo de las calles, su propio parqueo y pista de carreras con lucecitas y sirenitas, corren sin control. Abusan sin miedo y ¿los agentes?, nada. La ley dice que todo vehículo que transite por el DMQ, sin excepción, debe llevar placas, no puede llevar vidrios obscuros, ni usar vías exclusivas para el transporte público. Permiten que las unidades de la Policía hagan de las suyas, en horas extrañas y actitudes más raras, sin placas. Reconstruyen accidentes mínimos, roces, en horas pico, cerrando importantes vías de descongestión por cinco o seis cuadras; una cinta amarilla reemplaza al agente y se crea un remolino.
Estos episodios, y más, son reportados en medios sociales, ciudadanos preocupados y al punto de indignación. ¿Qué se ha hecho? Nada. Empeoran a diario, se vuelcan al ocio, a sus redes sociales en celular, parados, comiéndose casi mil dólares al mes. El tráfico caótico, su voluntad es la que cuenta, no hay tiempo que alcance para llegar puntual si, cuando creen conveniente, sin aviso alguno, cierran el paso de vías importantes, la excusa: mejorar el flujo.
No fueron suficientemente capacitados, no conocen la ley o son arbitrarios, Sus acciones erráticas, su atención dispersa, irrespeto a la ciudad y a los ciudadanos. Quito se merece más, ¡mucho más!