Las verdaderas razones de la disputa al interior del movimiento verdeflex, si ésta realmente existe, difícilmente saldrán a la luz pública y quedarán en la zona gris de los dimes y diretes. Las escaramuzas producidas aparentemente son ejercicios para convencer a los ciudadanos que existe un sector que supuestamente realiza autocrítica y, consciente de los excesos verbales del mandatario saliente y de la profunda corrupción que caracterizó a su gestión, intenta tomar cierta distancia de esa herencia nefasta prometiendo la reedición edulcorada de una propuesta que llevó a la institucionalidad y economía del país a la ruina; y, otro que defiende a rajatabla la gestión pasada, cuya mayor pretensión consiste en salir indemnes de tanto escándalo e inmundicia que día a día conmueve a la nación.
Sin embargo, a momentos se filtran indicios que cuenta que todos estuvieron embarcados en el mismo bote, compartiendo informaciones delicadas que se mantuvieron en secreto a fin que no incidieran en las elecciones y que, pasado el evento, sirven como mercancía de intercambio para evitar que las investigaciones de las denuncias de corrupción avancen hasta más allá de cierto límite, o que la actuación del aparato judicial esté fuera de toda sospecha de que se miden los tiempos políticos.
Un tira y afloja que ha tenido su máxima expresión con el retorno del exmandatario que, aguijoneado con las acciones de su sucesor a las que ha considerado un desaire y una traición, no ha escatimado epítetos para desacreditar lo acontecido en estos últimos seis meses. Incluso la convocatoria a una consulta popular, a su criterio contraria al ordenamiento legal vigente, la ha calificado como un golpe de estado.
Es curioso como el mundo da vueltas. Se olvida que allá, al inicio de su época totalitaria, con la asesoría de personajes que ahora rondan por Carondelet, impuso al margen de toda legalidad una constituyente que modeló una estructura jurídica que profetizó duraría 300 años. A quienes se opusieron desde el entonces Congreso Nacional les enviaron a su casa con una vergonzosa resolución del ente electoral que, de manera inédita, dio paso a una de las etapas más obscuras de la historia nacional. Muchos de sus aliados de ese momento ahora son sus contradictores.
Aprendida la lección, las actuales autoridades saben que realizado el llamado a la consulta nada la detendrá, hasta que el pueblo se pronuncie y se entregue al nuevo mandatario una herramienta con la que caben dos opciones: re institucionalizar de manera seria el país o reeditar la práctica de colocar funcionarios que ejecuten las instrucciones emanadas desde la casona presidencial. La rabieta debe obedecer a que, acaso, en ambos casos el poder absoluto se le escape de las manos, sin que pueda ordenar que, con recursos del estado, los medios públicos amplifiquen su sorna. El riesgo al ostracismo debe ser insoportable, una condena en vida peor que los cuadros del infierno de nuestras iglesias.