Mandadores y seguidores de la revolución ciudadana parecen no tener sentido de la culpa; no dan muestras de reconocimiento de los males que causaron ni, mucho menos, de la obligación de reparación y expiación.
Dicen los sicólogos que los niños no nacen sabiendo decir “lo siento”, con el tiempo aprenden que esta expresión tiene el poder de apaciguar a los padres, a los amigos y a su propia conciencia. El sentimiento de culpa es positivo, dicen, porque genera un sentimiento de responsabilidad y conciencia de los demás. Solo la culpabilidad exagerada, sentir vergüenza de lo que somos o sentirnos responsables de las cosas que están fuera de nuestro control, es una culpabilidad neurótica y negativa. La culpa es un sentimiento fundamental de los seres humanos. Todos cometemos errores y podemos aprovecharlos para cambiar de conducta y convertirnos en mejores personas.
Algo de infantil tiene la persistencia de los mandadores y seguidores de la revolución ciudadana en calificar como década ganada al período que estuvieron en el gobierno. Negar los hechos, las evidencias y sus consecuencias les hace insensibles, insociables, irresponsables. Están a la vista de todos los sobreprecios, las obras inconclusas, las obras sobredimensionadas, las deudas; también están a la vista los resultados de las auditorías, los dictámenes de contraloría, las confesiones de los detenidos y los documentos recopilados por fiscales y jueces. Seguir calificando como persecución política a la acción de la justicia es desvergüenza porque no son ciudadanos ingenuos que hubieran podido llevarse a engaño durante largos diez años. No les resultará aplicar el dicho de que a veces lo más inteligente es hacerse el tonto.
La abundancia de casos y su gravedad jurídica y moral deberían provocar cierto recato en todos los que fueron colaboradores si es que no llegaron a ser cómplices de las irregularidades que van saliendo a la luz. La transición debía servir para que vayan desapareciendo del gobierno los más comprometidos o que se conviertan en colaboradores de la justicia para que hagan un servicio aunque sea tardío a la sociedad.
El derecho a la presunción de inocencia no incluye la posibilidad de engañar a la sociedad que ha sido víctima de las irregularidades con disfraces de converso, opositor o independiente para continuar haciendo política ambigua. Después de un año, es hora de saber qué ha cambiado, quién ha cambiado y con qué ha cambiado. Si no tenemos estas respuestas, los ciudadanos seríamos los ingenuos o torpes que se llevan a engaño.
Sorprende que el ex Presidente y sus colaboradores más cercanos se muestren tan altaneros y no reconozcan al menos que hubieran cometido errores, errores de buena fe, como calificaron algún día para evadir responsabilidades; entonces, al menos no negaron los hechos aunque no mostraran sentido de culpa y conciencia moral.