Lágrimas de hombre

La década perdida dejó muchas víctimas. Figuras conocidas están todavía con grilletes y con procesos que jueces cobardes, incapaces de resolver, esperan que los resuelva el tiempo.

Pero hay otras víctimas anónimas, desconocidas para el público, que llevan años luchando por sobrevivir aplastados por una estructura política que les declaró enemigos.

Una de esas víctimas me visitó hace algunos días. Ha recorrido las oficinas de los poderosos, los despachos de los defensores oficiales, los estudios de los defensores gratuitos; rechazado por los que pueden y deben ayudar, está acudiendo a quienes somos tan indefensos como él mismo, buscando, según me dijo, alguien que le escuche para aliviar su pena.

Relató su historia con pausa y con entereza, sin rencor ni desesperación.

Había sido funcionario público, profesional responsable, que creyó en las proclamas de la revolución ciudadana cuando invitaban a denunciar los casos de corrupción.

Denunció sobreprecio en alguno de los contratos que conocía profesionalmente y así cayó en manos de los castigadores de oficio, adulones y encubridores.

El castigo fue perder el empleo y entrar en la lista negra de los enemigos de la revolución.

Relató todo con objetividad y fortaleza; solo cuando contaba que el castigo de la revolución afectó también a su esposa y sus hijos y entraba en detalles de este dolor causado involuntariamente a los más queridos, brotaron lágrimas de sus ojos mientras continuaba el relato.

Cuando le pregunté, por pura curiosidad, si hubo algún gesto humanitario entre los revolucionarios, me contó de varios amigos que le aseguraron ayuda pero luego le preguntaron alarmados qué había hecho. Un abogado quiso que supiera por qué no podía defenderle y le reveló que estaba en la lista negra.

La cirugía mayor a la corrupción incluye, según el mundo civilizado, el castigo a los ladrones, la recuperación del dinero robado y la reparación a las víctimas.

La izquierda consiguió reparación para sus víctimas, a pesar de que había entre ellos gente que cometió delitos y se levantó en armas para defender sus posiciones políticas.

¿No será justo que haya reparación para los ciudadanos que creyeron en el discurso revolucionario de la participación ciudadana y la denuncia de la corrupción?

Ya sé que todo está por hacer, que más allá de las palabras, no hay nada todavía. Los abusos del poder siempre dejan víctimas que merecen alguna reparación.

La sociedad tiene el derecho de exigir la lista de las víctimas de la revolución ciudadana; tal vez el Defensor del Pueblo debería encargarse de proteger los derechos de quienes no tienen padrinos.

La reparación a las víctimas es indispensable para que sigamos creyendo que vivimos en democracia.

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