Ni buenos ni malos

El ex presidente Rafael Correa tiene orden de captura por no presentarse ante la justicia. No están del todo claras las razones que tuvo para convertirse en prófugo.

Ha decidido no someterse a la justicia ecuatoriana y confiar en que un país como Bélgica no permitirá la extradición. Ha dicho en el canal RT (antes Russia Today): “Me van a llamar a juicio y como yo tengo orden de prisión no me puedo presentar y van entonces a detener el juicio ocho, diez años, hasta que el delito prescriba y así me matan civilmente, políticamente, durante esos años”. El ex Presidente ha optado, pues, por entrar, como tantos otros, en el Limbo político.

La doctrina cristiana inventó el Limbo para resolver un problema teológico: los niños que mueren antes de ser bautizados no podían entrar al cielo porque tenían el pecado original; pero era inconcebible que pudieran ir al infierno si no habían incurrido en ningún pecado personal. No eran buenos para entrar al cielo pero tampoco eran malos para ir al infierno. Se inventó el Limbo, que significa borde, un lugar situado al filo del infierno a donde no debía llegar el fuego eterno.

La doctrina cristiana ya ha reducido el Limbo a metáfora, pero en política sigue existiendo ese lugar a donde van los políticos acusados de corrupción y prófugos de la justicia. No tienen sentencia y por tanto no son ni buenos ni malos. No se probó su culpa pero tampoco fueron declarados inocentes.

Son los prófugos que decidieron vivir en el Limbo. No pueden entrar al cielo de los políticos que es el poder, ni van al infierno de los políticos que es la cárcel.

Cuando los acusados se declaran perseguidos políticos y prefieren vivir en el limbo saben que la mitad de los ciudadanos va a creer que son inocentes y la otra mitad que son culpables, caemos en el reino de las creencias. La justicia tiene que moverse en el reino de las evidencias y las pruebas.

Ojalá en este caso jueces y políticos se interesen en la verdad, en la reparación y en la devolución de los recursos públicos y no solamente en la marginación de la vida política; puede ser útil para los políticos pero no tiene utilidad para los ciudadanos.

Si lo que buscamos, como se proclama, es que brille la verdad y se haga justicia, los jueces tienen que ser independientes, valientes y capaces. Si permiten que las decisiones judiciales se contaminen con política, no saldremos del ámbito de las creencias.

Si no tienen el valor de acusar a los poderosos, que también son peligrosos, no llegarán a una sentencia convincente. Si no tienen pruebas y argumentos sólidos, sembrarán dudas y no brillará la verdad.

Para limpiar la política, recuperar la institucionalidad y desterrar la impunidad, el país necesita verdades. Políticos arrojados o refugiados en el Limbo solo alimentan la idea malsana de que vale la pena soportar unos años en el borde de los infiernos si después se puede volver al paraíso.

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