Tras nueve años deprimentes de revisar siempre a la baja las proyecciones de PIB, los funcionarios de política macroeconómica en todo el mundo no salen del asombro: pese a la oleada de agitación política impulsada por los populistas, en 2017 el crecimiento global va camino de superar las expectativas.
No es un caso de excepcionalismo estadounidense. Si bien el crecimiento en este país es muy sólido, la diferencia entre las previsiones y la realidad en Europa son aun mayores. Incluso hay buenas noticias para los mercados emergentes, que a pesar de las inminentes subas de tasas de la Reserva Federal de los Estados Unidos, ahora se encuentran con un contexto mejor al que adaptarse.
La explicación breve de la reflación global es bastante fácil de entender. Las crisis financieras sistémicas y profundas provocan recesiones profundas y prolongadas. Como Carmen Reinhart y yo predijimos hace una década (y numerosos académicos corroboraron después con nuestros datos), en esas circunstancias no es inusual que haya períodos de entre 6 y 8 años de crecimiento muy lento. Es verdad que subsisten muchos problemas, como la debilidad de los bancos en Europa, el exceso de endeudamiento de los gobiernos municipales en China y una regulación financiera innecesariamente complicada en Estados Unidos. Sin embargo, las semillas de un período sostenido de crecimiento más sólido ya están plantadas.
Pero, ¿podría la oleada populista que barre las economías avanzadas ahogar la creciente recuperación? ¿O logrará la recuperación detener el avance de líderes que insisten en proponer soluciones seductoramente simples para problemas realmente complejos?
Ya falta poco para las reuniones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial previstas para este mes en Washington, y los principales directores de bancos centrales y ministros de finanzas estarán en el centro de la acción. ¿Alguien duda de que el presidente estadounidense, Donald Trump, descargará una lluvia de tuits furiosos contra cualquiera de ellos que ose criticar los planes de su gobierno de retirarse de los acuerdos de libre comercio y del liderazgo de las instituciones financieras multilaterales?
Antes de eso, Trump recibirá al presidente chino, Xi Jinping, en Mar-a-Lago, su “Casa Blanca de invierno” en Florida. No hace falta recalcar la importancia de la relación sinoestadounidense, y lo dañino que sería que ambas partes no encuentren el modo de colaborar constructivamente. El gobierno de Trump cree que tiene herramientas de negociación para recalibrar la relación en beneficio de Estados Unidos; entre ellas, amenazar con arancelar las importaciones chinas o incluso un impago selectivo de las deudas por más de un billón de dólares que Estados Unidos tiene con China. Pero un arancel no superaría el veto de la Organización Mundial del Comercio, y caer en impago sería todavía más imprudente.