El desenvolvimiento del proceso electoral en Francia, con todos sus avatares y sorpresas, ha puesto a reflexionar a los franceses. El libro del politólogo Samuel L. Popkin “El razonamiento del elector” en el que se analizan las formas de comunicación y persuasión en las campañas presidenciales, ha sido objeto de análisis y comentarios múltiples.
Reconociendo que el voto es el ejercicio político más directo y personal de la democracia, el autor se pregunta si es el mecanismo adecuado para representar lo que se conoce como la “voluntad general”.
Después de más de cuarenta años de utilizar el método estadístico para esclarecer las motivaciones y tendencias del voto, todos los análisis siguen sin llegar a conclusiones definitivas. No faltan las razones para que así sea: Solo un 10% del electorado tiene convicciones políticas coherentes y racionales. Muchos votan movidos por intereses personales pero, en su mayor parte, carecen de suficiente información política y desconocen los programas de los candidatos. Se limitan a proceder en atención a lo “que oyen” en el círculo que frecuentan. Finalmente, a quien le ha ido bien con un gobierno, le parece natural apoyarlo, mientras que los que han visto perjudicados sus intereses optarán por el cambio, en ambos casos, equivale a votar por el azar o la lotería. Los analistas franceses concluyen que no cabe fiarse excesivamente de los sondeos de opinión. A los factores que relativizan la “racionalidad” del voto, se añade el complejo significado de los votos nulos, blancos y, sobre todo, de las abstenciones que, por sí solas, “constituyen el más numeroso partido político francés”.
A pesar de todo, el voto es irreemplazable expresión de la voluntad general y confiere legitimidad al ungido para gobernar. Al votar, el ciudadano lo hace sintiéndose libre, inclusive si sus motivaciones son carentes de valor u obedecen al pago de prebendas o a promesas que lo deslumbran.
Y sin embargo, como bien lo dice un crítico del libro mencionado, “la ficción por la que se pasa de la expresión de la voluntad particular a la voluntad general sigue siendo un misterio”. Cada ciudadano, al elegir, se expresa individualmente pero, al mismo tiempo, construye ese concepto inasible de “voluntad general” que pasa a ser el fundamento de la vida organizada de una sociedad.
Ocurre, en este caso, lo que con el concepto de “bien común”, que no es simplemente la suma aritmética de los múltiples “bienes individuales”, pero que no puede ser indiferente a ellos. La voluntad general, en última instancia, es la representación política abstracta de la voluntad de una mayoría, pero no de la totalidad de la ciudadanía votante. La adhesión y el respeto permanente a valores de la democracia son los factores que la convierten en “voluntad general”.