El CNE no limitó las dudas sobre sus procedimientos, las ahondó. Ecuador entonces se apresta a repetir las dudas sobre los resultados electorales de abril. Pésima situación para legitimar a un ganador, ello atiza conflictos y confrontación. Las dos campañas electorales tampoco contribuyen para clarificar las opciones.
La campaña gubernamental, en un baratillo de ofertas, hace presumir que a pesar de las ventajas de votos de las organizaciones que apoyan a Lasso, lo previsible puede ser resultados cerrados.
La polarización política de estos años, llevó a considerar inútil a toda democracia (representativa, participativa..), a las normas y principios, salvo si legitiman al poder por el voto. Para ello, todo medio sería válido. Una mentira u otra no importaría. Consecuencia de ello, buena parte del electorado no sabe lo que proponen o representan los candidatos.
Así, los hechos no cuentan. El gobierno, por ejemplo, busca un inversionista para el 51% de acciones de TAME, es decir que tenga el control, lo que es una privatización de hecho. Lo mismo cuenta hacer con 26 empresas estatales. Sería el record histórico de privatización. Lasso no ha propuesto eso y no puede privatizar la educación, lo que se le indilga proyectando lo que fue Chile, pues la Constitución lo prohíbe y sólo la mayoría de AP puede cambiarlo. ¿Cómo puede entonces el ciudadano responderse de quien es más privatizador? La confusión está hecha.
Al frente, la campaña de Lasso está a la defensiva ante la imponente del gobierno. Se esperaba que esta competencia electoral se defina u organice más allá de la guerra desigual. Lasso, con la 2a vuelta, tuvo la oportunidad de hacer piel nueva, con la integración de numerosos aliados y porque con ellos podía innovar el discurso y captar que no acontece eso de que poco Estado y menos impuestos hace milagros. Aún menos en un Ecuador con un mercado reducido. La realidad es el punto de salida. Sin Estado no hay desarrollo económico ni reducción de desigualdad.
Lasso desperdicia la oportunidad de lograr un discurso renovado y veraz, que le habría sido útil con varios sectores del electorado o que le habría permitido una campaña concertada y compartida con los aliados.
También, la ciudadanía para informarse y los candidatos para ser más democráticos debían salir de la diversión pública que son los escándalos (Oderbrech..), con estos se ignora lo que los candidatos proponen.
En suma, la guerra sucia, las simples consignas, promesas infinitas, impiden que el ciudadano pueda informarse sobre lo que cada candidatura representa y optar con conocimiento. Es un modo de desperdiciar la democracia, pues los principios y leyes pierden importancia, la indispensable ética también y el ciudadano se agota y frustra al saberse burlado con la primaria propaganda.