Un atentado anunciado

Nos lo habíamos preguntado con anterioridad. Lo temíamos, sin confesarlo adecuadamente. Vivíamos un sueño de paz y estabilidad, solamente roto por las controversias acerca de los planes independentistas y la lenta recuperación económica, que todavía encadenada a numerosos ciudadanos en los lindes de la pobreza. Barcelona valía la pena.

Hay muchos posibles escenarios en el mundo para perpetrar crímenes similares. Pero son un puñado los lugares que verdaderamente merecen la categoría de emblemáticos que atraigan la ambición de criminales impelidos por notoriedad.

Algunas ciudades del viejo continente han estado en la memoria de viajeros contumaces, turistas esporádicos, y empresarios. París, Roma, Londres, Berlín, Lisboa, Atenas: capitales que siempre han capturado un lugar especial en el templo europeo. Barcelona había ocupado ese lugar mágico. Le había llegado su hora trágica.

Hace apenas unas décadas era una ciudad de paso, adonde los turistas solamente acudían para ir a las corridas de toros o visitar la Sagrada Familia en construcción. La apertura hacia el mar cambió todo. Los museos y sus colecciones variadas atrajeron la atención universal. La arquitectura reveló que no todo se reducía a la obra de Antoni Gaudí. Mientras España escalaba peldaños en atracción del turismo, sobrepasando el número de visitantes al de habitantes, Barcelona se fue convirtiendo en un imán. Las líneas de cruceros la convertían en el segundo destino en Europa y el quinto del mundo.

Barcelona se beneficiaba de la comparativa paz que se disfrutaba. Mientras el terrorismo se cebaba en Turquía, Egipto, Túnez, y toda la ribera mediterránea, España se presentaba como la excepción, dejando atrás el mortífero ataque del 2004 en Madrid.

La geografía europea presentaba un pespunteado de ataques criminales: Berlín, Bruselas, Estambul, Estocolmo, Londres, Manchester, Niza, París. Ningún lugar era respetado. Los métodos se habían tornado más creativos: las bombas tradicionales se combinaban con los disparos de metralletas y pistolas. Surgió un arma diferente: se atropellaba malsanamente a transeúntes.

En Barcelona se eligió uno de los lugares más emblemáticos: la Rambla. Resto de un arroyo, que rastrea su origen a la antigüedad, su cauce cegado quedó reconvertido en suave avenida, compuesta por un paseo central y dos aceras laterales. Todo discurre de norte a sur, desde la central Plaça de Catalunya.

Esperemos que este cruel asesinato no sea preludio de una época de Barcelona tan gris como la del franquismo. En puridad es lo que los asesinos radicales quieren: que haya un reflejo autoritario en la ciudadanía, respaldada por gobiernos pusilánimes y sectores reaccionarios.

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