La multipolaridad está de vuelta, y con ella la rivalidad estratégica entre grandes potencias. La reemergencia de China y el retorno de Rusia a la primera línea de la geopolítica son dos de las dinámicas internacionales más destacadas de lo que llevamos de siglo. En el primer año de Donald Trump, las tensiones entre Estados Unidos y estos dos países han aumentado a un ritmo mayor. A medida que el panorama doméstico de Estados Unidos se deteriora, lo hacen también sus relaciones con los que pueden percibirse como sus adversarios.
Al llegar al poder hace un lustro, el presidente chino Xi Jinping presentó la idea de un “nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias” basado en la cooperación y el diálogo, así como en el respeto por los intereses nacionales del otro. Lo cierto es que el nuevo contexto global recuerda un tanto al de épocas pasadas, en las que reinaba la ‘realpolitik’. La propia China no siempre predica con el ejemplo en lo que a la cooperación se refiere, como indica su apuesta por el unilateralismo en el Mar de la China Meridional.
Por su parte, Rusia ha invadido nada menos que dos ex repúblicas soviéticas en la última década, y la fracción del PIB ruso dedicada al gasto militar viene aumentando de forma prácticamente exponencial. Para colmo, Washington y Moscú se acusan mutuamente de violar el Tratado INF(Intermediate-Range Nuclear Forces), el único de los acuerdos vigentes entre Estados Unidos y Rusia que fue firmado durante la Guerra Fría.
Nueve años después del célebre discurso de Barack Obama en Praga, en el que se comprometió a avanzar hacia un mundo libre de armas nucleares, el desarme ha dejado de ser una prioridad estratégica para la primera potencia mundial, que debería liderar los esfuerzos en este sentido. El Nobel de Obama parece una reliquia del pasado, y el que recibió el año pasado la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares, un reconocimiento tristemente anacrónico. La carrera armamentística de la que Trump se declaró partidario parece estar en marcha.
Lo que realmente preocupa a esta administración -además de los casos de Irán y Corea del Norte, que suele comparar a la ligera- es la competencia estratégica encarnada por Rusia y, sobre todo, por China. Pero, en un escenario de creciente militarización rusa y china, hay que evitar a toda costa echar más leña al fuego. El conflicto entre grandes potencias no es ni mucho menos ineludible, a no ser que dichas potencias actúen como si lo fuese. Lo que más debería alarmar a Estados Unidos no es la multipolaridad que se ha gestado a lo largo de este siglo. El mayor riesgo para Estados Unidos es que se olvide de los principios e instituciones que apuntalaron su liderazgo mundial y, al enfatizar una narrativa de confrontación, se convierta en víctima de sus propios augurios.