En septiembre se cumplen 45 años del golpe de Estado que derrocó al presidente socialista Salvador Allende en Chile.
La muerte de Allende, de sus cercanos colaboradores, de 3 200 ‘sospechosos’ de ser militantes izquierdistas, más de 1 000 desaparecidos, 33 000 torturados y miles de exiliados es el saldo trágico de la dictadura militar que encabezó el General Augusto Pinochet para ‘librar’ a Chile del comunismo.
Entre los primeros nombres de asesinados en el Estadio de Chile en aquel triste mes de septiembre de 1973 está el de Víctor Jara. Director de teatro y cantautor, militante del Partido Comunista. Él dirigió al conjunto Quilapayún y fue contemporáneo de los hermanos Parra y de Inti-Illimani. Recién recordamos el legado de estos grupos con ocasión del triste fallecimiento del ecuatoriano Max Berrú Carrión integrante de ‘los intis’.
El repertorio de Víctor Jara es parte del cancionero – ya clásico – de la música protesta y la Nueva Canción Latinoamericana.
‘El aparecido’, ‘Te recuerdo Amanda’ (el nombre de su madre fallecida prematuramente), ‘Duerme, duerme negrito’, ‘Las obreras’, ‘Así como hoy matan negros’ o ‘Plegaria a un labrador’, siguen escuchándose aun cuando la idea de una revolución y un estado socialista sea una utopía casi anacrónica. Pero el ánimo de cambio social y equidad perdura en millones de personas en todo el planeta, está vigente aunque los caminos propicios sean motivo de hondos debates.
Este miércoles la condena en primera instancia a 8 militares por el asesinato de Víctor Jara y de encubrimiento contra otro uniformado, llegaron, aunque muy tarde.
Michelle Bachelet, ex presidenta también torturada, comentó que se trata de la verdad, justicia y reparación. Al músico y creador le trituraron los dedos y días más tarde le descargaron 44 balazos.
El respeto a los derechos humanos que violentaron las dictaduras militares del Cono Sur, o aquella violencia contra los ciudadanos, la represión y la muerte que hoy propician los populismos con discursos de izquierda del Siglo XXI como Venezuela y su reguero de sangre, o los 300 muertos del Comandante Daniel Ortega, nos enseñan que la defensa de la vida y los derechos no es tema ideológico ni de la postura política legítima que se profese. Las víctimas y sus familias no exhiben el carnet al llorar a sus muertos y reclamar por sus desaparecidos.
En un país como Ecuador, donde la represión contra los opositores, líderes sociales y la persecución y hostigamiento a contradictores, aun cuando sea mediante los insultos sabatinos y los trolls ‘guerreros digitales’ de la calumnia y la infamia, situaciones como estas no deben quedar impunes. Por eso es importante que las manos del poder no estén metidas en la justicia.
Los delitos contra la libertad o la vida y aquellos de lesa humanidad, deben ser investigados y perseguidos sin venganza, pero sí con justicia. ¡Prohibido olvidar!