En 500 o en 1 000 años, cuando todos seamos un manojo de calcio incrustado en alguna parte del planeta, Jorge Luis Borges continuará siendo leído.
Sus cuentos y poemas son experimentos mentales en los que se ponen a prueba enigmas filosóficos o matemáticos como la naturaleza del conocimiento humano o los límites del infinito.
El poder de la literatura borgesiana está en su capacidad de dibujar con precisión –casi con rigor científico, diría– las aristas de un problema insondable y plantearlo en una historia donde intervienen, con pasmosa naturalidad, cuchilleros y soldados, escritores modestos y mujeres misteriosas, por ejemplo.
A pesar de su existencia sedentaria –Borges fue, básicamente, un ratón de biblioteca– intuyó perfectamente el valor del arrojo físico. Las descripciones que hace sobre batallas campales o duelos entre canallas emocionan hasta el escalofrío. En esa mezcla perfecta entre reflexión y acción radica, al menos en lo que a mí respecta, el atractivo esencial de la literatura de este escritor universal.
Asombra la perfección de todos sus cuentos. Parecen jugadas maestras de ajedrez o programas de software que no dejan cabos sueltos y cumplen implacablemente su cometido. Todos son excelentes –insisto– pero uno de los mejores es “Funes el memorioso”.
En unas pocas páginas, Borges da cuenta de un tema muy complejo: la dicotomía que existe entre la memoria y el entendimiento. Memorizar algo no equivale a entenderlo. Para entender –o para conocer– se requiere simplificar y sintetizar. Funes, un joven uruguayo de origen humilde, es incapaz de entender a pesar de su memoria prodigiosa o, mejor dicho, a causa de ella.
Tras un accidente de caballo que le deja tullido pero con una habilidad para memorizar con exactitud inaudita el más mínimo de los detalles, Funes acomete la tarea de clasificar el mundo, a su manera.
Crea su propio sistema de numeración y acomete la tarea de inventar un nombre para cada cosa (igual que Locke, en su momento). Pero ese esfuerzo resulta inservible porque los “números” y las “palabras” de Funes no permiten hacer comparaciones ni, por tanto, generalizaciones o conclusiones.
El conocimiento exige borrar diferencias, sacrificar detalles para alcanzar el entendimiento de algo más grande. Pero esto significa que el conocimiento –o el método científico– siempre será parcial o limitado porque conocer también significa soslayar y olvidar.
Esta semana se cumplieron 118 años del nacimiento de este monstruo literario. Borges, que no era muy amigo de los aniversarios pero que sí celebraba sus cumpleaños, nunca se habría imaginado la importancia y la vigencia que tendría su obra para el mundo de hoy y del futuro.