“Canoa podría ser el próximo paraíso natural (ecuatoriano) que sea destruido”, dice una amiga mientras tomamos café. Se refiere a la intención –detenida, por ahora, gracias a la intervención de la Alcaldesa de San Vicente– de colocar torres de alta tensión a lo largo de los 9 km de línea costera que tiene esa playa manabita.
Aquello de “paraíso natural” resuena en mi cabeza porque es la pura verdad.
Todas mis vacaciones escolares y colegiales transcurrieron risueñamente entre San Vicente, Briceño y Canoa. Allí coincidimos con otros chicos de Quito con quienes aprendimos a sortear olas, comer ostiones, encender fogatas y acometer largas caminatas –diurnas y nocturas– hasta Canoa, donde las olas eran mucho más altas.
Ese espacio de libertad natural que tuvimos la suerte de disfrutar en nuestra niñez y adolescencia se ha convertido, durante los últimos años, en un santuario para deportistas de todo el mundo que practican vuelo libre, como parapente y alas delta. Por ejemplo, cada mes de noviembre se celebra el ‘Canoa Open”, un certamen internacional en el que participan medio centenar de pilotos de países como Suiza, España y EE.UU.
Antes del terremoto, este tipo de turismo generaba alrededor de 1,2 millones de dólares anuales, una suma considerable para una comunidad como Canoa.
El potencial turístico de Manabí es enorme, como lo confirmó el Banco Interamericano de Desarrollo en un estudio, realizado en 2009, sobre aquella industria.
¿Qué tipo de turismo? Uno que aproveche la amplitud de la franja costera, la gastronomía y la observación de la naturaleza, siempre minimizando el impacto que esta actividad tiene sobre el medio ambiente.
Canoa es, precisamente, un lugar perfecto para desarrollar un negocio turístico de alto beneficio social, sin afectar el entorno natural. Por eso suena incomprensible que el Estado se empeñe en montar torres de 21 metros del altura con cables de alto voltaje, a lo largo de la carretera que pasa por Canoa y a pocos metros de las viviendas de las familias que habitan ese lugar.
Montar aquellas torres de alta tensión equivaldría a destruir el modelo turístico de Canoa –que promueve el deporte y la ecología– para dejarla, muy probablemente, a la suerte del turismo mochilero que medra del microtráfico de drogas. Eso empeoraría aún más las ya graves condiciones económicas y sociales en las que quedó aquella zona, tras el terremoto del 2016.
¿Queremos eso para Canoa y, por extensión, para nuestro país? Por supuesto que no. El trazado de las torres de transmisión debe ser modificado inmediatamente. Con toda seguridad, los técnicos sabrán encontrar la mejor alternativa para hacerlo. S.O.S. Canoa.