La política tiene una serie de preceptos que no pueden ser eludidos. No son muchos, pero quienes los desconocen o los ignoran, están sembrando el germen de su propio final en el terreno político.
Entre los preceptos más importantes está sin dudas el de la construcción de una identidad política propia, algo que ciertamente lleva tiempo conseguir. Los electores no conocen por orden divino quiénes son los políticos, de dónde vienen, qué quieren conseguir, con quiénes trabajan. Son ellos quienes se lo tienen que contar. En otras palabras, son ellos los responsables de construir su propia identidad.
La construcción de una identidad política tiene dos vías alternativas que, sin embargo, no son contradictorias. Una es por la positiva, es decir responder a interrogantes como ¿quién soy?, ¿quiénes somos como espacio político/representativo?, ¿qué queremos hacer?, ¿qué valores defendemos? La otra construcción posible es por la negativa, es decir “nosotros no somos como…”, “no apoyamos la medida…”, “estamos en contra de…”, etc.
Esta construcción por la negativa se basa en la detección de lo que los politólogos llaman clivajes (Lipset y Rokkan, 1967), divisiones presentes en todo orden de la vida: el campo vs. la ciudad, la derecha vs. la izquierda, la burguesía vs. el proletariado, el sindicalismo vs. el empresariado, etc.
Al finalizar su mandato presidencial, Rafael Correa no pudo eludir una de las falencias más marcadas de los ex presidentes: preguntarse ¿qué hacer una vez dejado el poder? Y, en vez de cooperar y colaborar con su sucesor, contestarse rápidamente “oposición”. Ciertamente no era el final de la vida, pero sí una nueva etapa.
La suerte de Correa no fue distinta a la de otros mandatarios quienes, obligados por la Constitución ecuatoriana, debieron abandonar el Palacio de Carondelet. Un final preanunciado pero que no todos están listos para asumir. Al dar el primer paso fuera del edificio, la identidad que asumió fue la de la oposición, en un principio camuflada, luego explícita.
La crítica permanente es una forma legítima de construir identidad, pero puede no ser efectiva. Correa asumió esta estrategia de contraste para decir quién es. Sin embargo, sus decisiones lo llevaron a no poder mantener una relación constructiva con el 51% de ecuatorianos que en 2009 lo apoyaron frente a Lucio Gutiérrez (28%). Post factum y habiendo pasado casi nueve meses de que Lenín Moreno asumió la presidencia, podemos ver cómo el electorado giró su interés hacia una forma de hacer política más propositiva y constructiva, como por ejemplo el referéndum y consulta popular que tuvo lugar hace pocas semanas y en el que ganaron las propuestas de Moreno.