El parecido entre las dos palabras que hacen el título de este artículo lleva a muchos a pensar que en sus respectivos idiomas, castellano e inglés, significan lo mismo. Esa idea es equivocada: sus significados son profundamente distintos.
‘Compromiso’ expresa una valiosa actitud de entrega sin ambages, ausencia de duda respecto de la validez de un valor, firme decisión de lograr propósitos y de cumplir promesas.
‘Compromise’, en inglés, significa la resolución de un diferendo a base de cesiones mutuas. Ejemplos de enorme importancia histórica están dados por las concesiones mutuas entre la economía liberal de mercado y los principios socialistas de protección social que han llevado a varios países europeos a los más altos niveles en el Índice de Desarrollo Humano que anualmente computa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Analizar las dos palabras, tan parecidas en su forma como distintas en su sentido, nos lleva a darnos cuenta que en castellano no tenemos una que exprese lo que ‘compromise’ significa en inglés. Y resulta tentador pensar que esa ausencia en nuestro idioma refleja un conjunto de rasgos culturales –autoritarismo, bajos niveles de madurez psicológica y emocional, bajos niveles de responsabilidad individual, una endémica propensión al populismo político- al parecer más presentes entre nosotros, los hispanoparlantes, que entre los pueblos angloparlantes.
Sin caer en el absurdo de plantear que entre ellos no la hay, sí parece válido plantear que entre nosotros se da una mayor tendencia al dogmatismo y a la incapacidad para dialogar y encontrar cesiones mutuas (‘compromises’) que pudieran permitir la construcción de consensos y la solución mancomunada de nuestros problemas. En el Ecuador, una facción del movimiento indígena y de su brazo político se niega a siquiera conversar, ni se diga a explorar algún tipo de cooperación con “la derecha”.
En Venezuela, el presidente Nicolás Maduro se ha enfrascado en una áspera confrontación con la Asamblea Nacional, controlada por la oposición, amenazando con desconocer, apoyado por un sumiso poder Judicial, las decisiones legales y legítimas que la Asamblea vaya a tomar. En ambos casos, cero ‘compromise’.
¿Es legítimo desarrollar una mayor voluntad y capacidad para la cesión mutua? ¿Debemos hacerlo? No me cabe duda que sí. Que no todo deba estar sujeto a cesión es también evidente, pues hay principios legítimamente irrenunciables. Pero en muchos de los debates públicos que pudieran llevar a decisión consensuada y a acción mancomunada, elevar nuestros criterios subjetivos al nivel de ‘principios’, y en consecuencia negarnos a cualquier flexibilidad, es evidencia de narcisismo y compensación de inseguridades que parecen manifestar más compromiso con el propio ego que con el bien común.
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