TLC verde-flex

La lucha contra el Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos fue una de las principales banderas de los movimientos sociales y organizaciones de izquierda en la década pasada. Las fuertes movilizaciones campesinas, indígenas y populares impidieron que los gobiernos de Lucio Gutiérrez y Alfredo Palacio cedieran a la tentación de firmarlo.

La oposición al TLC tenía fundamentos y argumentos. Y no solo desde los sectores de izquierda. Un estudio realizado por CORDES, por ejemplo, demostraba la afectación a los precios de los medicamentos que implicaría un acuerdo comercial en las condiciones exigidas por los Estados Unidos. Esto, en esencia, afectaría directamente el acceso a productos farmacéuticos a la población más pobre del país, sería un atentado contra el derecho universal y constitucional a la salud.

Los análisis sobre la afectación de los TLC a distintos sectores de la economía partían de constataciones concretas. Países que los habían suscrito en distintas zonas del planeta mostraban los perjuicios en ámbitos como propiedad intelectual, producción agropecuaria, contratación pública o soberanía sobre la biodiversidad. México, con su TLCAN, es aún un ejemplo cercano y palpable.

La candidatura de Rafael Correa se enancó en esta agenda de los movimientos sociales y de izquierda. En cierta forma, adoptó un discurso coyunturalmente conveniente para ganar las elecciones en 2006.

Hoy, el más crudo pragmatismo se impone. Un gobierno cobijado bajo un manto izquierdista se apresta a santificar un TLC con la Unión Europea. Para ello cuenta con la desarticulación sistemática de las fuerzas sociales operada durante una década. No existen organizaciones capaces de resistir. ¿Coincidencia? Lo dudo. Este tratado comercial se parece demasiado al proyecto Yasuní: nunca hubo un plan B.

En los últimos tiempos, las declaraciones oficiales y la publicidad correísta se desgañitan por convencernos de las supuestas bondades de este TLC. En realidad, quieren dorarnos la píldora con caramelo verde-flex. Ahora se supone que el Ecuador ha logrado mejores condiciones en la negociación (obviamente, desde los delirios de grandeza y la grandilocuencia que caracterizan al régimen). Puras fantasías. Mentiras.

Quienes conocemos a fondo estos procesos sabemos que una de las cláusulas inviolables de todos los TLC es que a ningún país se le concede absolutamente nada adicional a lo acordado con los demás países suscriptores.

Si el Gobierno ya había decidido aprobar este tratado de espaldas a la gente, al menos debió hacerlo al inicio, junto con Colombia y Perú. Entonces hubiésemos tenido derecho al pataleo. Ahora no nos queda más que sumarnos en condiciones desventajosas. ¡Agarra lo que puedas! es la consigna oficial.

Columnista invitado

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