Como la inmensa mayoría de ecuatorianos, no soy economista, lo que no disminuye nuestro interés en la materia, porque la economía nos afecta a todos.
Estamos inmersos en una etapa con características de crisis económica, de duración indefinida, pero no corta. Esta penosa realidad se evidenció después del debate del 28 de octubre.
La caída de los precios del petróleo y la apreciación del dólar no son las únicas causas de esta situación porque tales fenómenos afectan a muchos países que, sin embargo, no están en crisis. Los problemas actuales son consecuencia de una mala política económica que ni siquiera previó la cíclica fluctuación de precios. Ahora se advierte la sabiduría que aconseja, en tiempos de bonanza, ahorrar para épocas de escasez. El Gobierno, al equiparar la prudencia a la práctica de guardar el dinero “bajo el colchón”, ha elevado el gasto público a niveles de despilfarro.
Fiel a su concepción política, ha creado un estado regulador, controlador y sancionador; ha menospreciado a la empresa privada acusándola de ser abusiva y explotadora; ha descuidado los mercados tradicionales de los productos ecuatorianos; se ha opuesto a los acuerdos de comercio y ha creado obstáculos inclusive para la formalización de las tardías negociaciones con Europa; nada ha hecho para negociar acuerdos con los Estados Unidos y ha exhibido una indiferencia irresponsable en cuanto a la Cuenca del Pacífico y la Alianza del Pacífico.
Predicando la conveniencia de diversificar los mercados y evitar perjudiciales dependencias, ha cultivado solo el mercado chino, cuyo financiamiento, más caro y cada vez más exiguo, nos condiciona y subordina.
Presionado por las circunstancias, el Gobierno ha vuelto los ojos hacia el antes denostado FMI. Dice ahora estar abierto a la inversión extranjera pero insiste que tal inversión “se lleva más de lo que trae”. Esta actitud va en contra de la confianza y credibilidad sin las cuales no hay inversión de ninguna clase.
Mientras el Gobierno se empecine en sus políticas, no reconozca sus errores y los explique simplemente hablando de “mala suerte”, no será factible asegurar un consenso indispensable para afrontar la crisis con el menor daño posible. Una economía, aún bien dirigida, dará malos resultados si no inspira confianza. En consecuencia, lo primero que tiene que hacer el Gobierno es ganar la credibilidad que ha perdido.
Lamentablemente, no quiere ver las realidades que ve el pueblo ecuatoriano. Niega la existencia de una crisis y aduce que las dificultades actuales obedecen a causas situadas en el exterior o en el pasado.
En resumen, parece creer que los problemas se solucionan enfocándolos con una sonrisa profesoral y burlona, diciendo “creativamente” a los ecuatorianos: Discúlpenme pero, con todo respeto, están equivocados.