La controversia desatada recientemente por los planes de un alcalde de Ecuador para controlar a los perros callejeros es una excelente oportunidad para que las ciudades reconozcan que no han podido solucionar ese problema de salud y convivencia.
Es verdad que ahora la sociedad es más sensible y la matanza de animales es una práctica condenable. Pero también es verdad que no es justo que el erario, sea el municipal o el gubernamental, cargue con los gastos que significa mantener a una mascota abandonada por una familia que creyó que un perro es un juguete. Esa irresponsabilidad no debe pagarla el sector público.
“Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales” fue lo que el filósofo Immanuel Kant escribió y eso sigue plenamente vigente. Por eso, es necesario educar fuertemente a los ciudadanos para que rompan el círculo que genera el abandono de mascotas.
Los albergues y el incentivo de los procesos de adopción son medidas correctas, pero lo más importante es enseñar a nuestros niños (y a algunos adultos desaprensivos) que las mascotas son un compromiso, que hacerse cargo de un ser vivo implica una enorme responsabilidad más allá de comprar balanceado y llenar el plato. La gran línea filosófica de la película El Planeta de los Simios (la sesentera) hablaba de que el hombre es capaz de matar a su hermano pero no a su mascota, pero eso ya no es tan cierto: se mata a la mascota cuando no se le da la alimentación, la salud y el amor que merece.
Otro punto a resolver es el de los criaderos de perros. Aunque la esterilización masiva es un arma efectiva para controlar el sobrepoblamiento de perros y gatos, debe ser complementada con una política pública sobre los criaderos y eso incluye control.
Finalmente, debe haber más controles y también severas sanciones a los que abandonen animales. Ya no puede ser tolerado que un perro sea lanzado a la calle como si fuera basura. Eso debe terminar.