Entre las conclusiones del recientemente finalizado Sínodo de la Familia, se estableció la posibilidad de hacer más rigurosa la formación antes de realizar el sacramento del matrimonio. Esto significaría también exigir que los novios tengan cierto nivel de fe y vida cristiana para poder casarse por la Iglesia. Es obvio que aumentar estos requisitos va a hacer que menos gente se case eclesiásticamente y que sean significativamente menos los que quieran pasar por este proceso. Sin embargo, lo que dicen muchos en la Iglesia es que lo que importa no es el número sino la calidad. Esto va de acuerdo con lo que dijo Joseph Ratzinger cuando era un joven profesor de teología en Alemania, en un escrito bastante olvidado. Que llegaría un momento en que los fieles católicos decrecerían muchísimo en número, pero que esos pocos que quedaran serían hombres de verdad convencidos, católicos que viven su fe con radicalidad. Personalmente, yo creo que eso es lo que necesita la Iglesia: no tanto muchos hombres, sino hombres santos.