Conmueven las imágenes de Ur. Dicen que en esa ciudad sumeria, unos 5 000 años antes de Cristo, comenzó nuestro pasado. Hay una línea cultural continua entre ese poblado mesopotámico y Nueva York, París o Montevideo.
El califato surgido a sangre y fuego entre Iraq y Siria, además de decapitar chiíes, yazidis y cristianos o violar y esclavizar mujeres y niños, también nos afecta cuando destruye los restos de ese espléndido pasado pagano.
Muchos de estos islamistas son jóvenes criados en Occidente. ¿Por qué pulverizan a martillazos un milenario hombre-toro alado, un majestuoso Lamasu asirio de una religión ya perdida en el pasado? La culpa es de la certeza. El fanatismo yihadista surge de su absoluta convicción de cuál es el Dios verdadero y de que cumplen las órdenes trasmitidas en su libro sagrado, el Corán.
Si creemos a la Biblia, cuando Moisés desciende del Sinaí con los 10 mandamientos que le entregara Yahvé, sabe que el 5º precepto es “no matarás”, pero la cólera sentida al ver a los israelitas adorando a un becerro de oro, fundido por su hermano Aarón, hace que ordene ejecutar a 3 000 personas. Moisés tenía la certeza que esa era la voluntad de Dios.
Desde entonces, los judíos fueron acosados. Lo hicieron alemanes, ingleses, italianos, polacos, rusos, españoles, portugueses, cristianos y mahometanos.
Matar enemigos en nombre del Dios verdadero ha sido un deporte universal. El papa Inocente III -Edad Media- perseguía a herejes albigenses o cátaros. Cuando le advirtieron que asesinaban a justos y pecadores, dijo que Dios se ocuparía de mandar unos al cielo y otros al infierno. Era el preámbulo de las guerras religiosas en la Europa del Renacimiento y la Reforma. Murieron millones.
Simultáneamente, en América, mientras creaban ciudades y universidades, frailes y conquistadores asesinaban indígenas, quemaban códices y destruían templos, o los convertían en iglesias, para destruir unas creencias paganas que consideraban diabólicas porque incluían sacrificios humanos.
¿Ser ateo es menos peligroso? Tampoco. Los marxistas-leninistas, convencidos de que “la religión es el opio del pueblo” –Karl Marx dixit—, persiguieron a cristianos de Rusia y Europa, mientras chinos y camboyanos agregaban a los budistas en su lista de víctimas.
En los Estados ateos, miles de templos fueron destruidos o confiscados para otros menesteres. Enver Hoxa, en Albania, creó un Museo del Ateísmo para que los estudiantes aprendieran a odiar a los creyentes.
En Cuba, más de 200 escuelas católicas y protestantes fueron expropiadas y decenas de sacerdotes debieron exiliarse. Para agregar sal a la herida, el centro más siniestro de la policía política comunista es “Villa Marista”, antigua escuela católica. Como me dijo un exprisionero: “Ahí antes te salvaban el alma; ahora te la parten”.
Admitámoslo: solo la incertidumbre nos hace flexibles y aceptantes. Quien no duda es un ser muy peligroso. Puede matar sin que le tiemble el pulso. Como los yihadistas.