Hemos celebrado las fiestas de Riobamba. Y, más allá de los fastos de la sesión solemne, toca, una vez más, mirar la ciudad con ojo crítico y comparativo, hasta captar el rostro bello y arrugado de nuestra ciudad. Una ciudad más hermosa de noche que de día, cuando las carencias quedan disimuladas por los contornos de la piedra tallada, las calles lineales, largas y hermosas, fajadas por la luz de las farolas, los aleros y las molduras, las ventanas y balconadas que dejan adivinar la armonía maltratada y perdida con el paso de los años.
Cuanto más la amo, más me duele esta ciudad que grita y reclama a los cuatro vientos una mayor atención de quienes, a fuerza de vivir su belleza, se olvidaron de mirarla. Hoy, Riobamba necesita algunas cosas evidentes: una mayor atención (inversión) por parte de los gobiernos (¡cuántos gobiernos, cuántos discursos, cuántas promesas…!); un mayor compromiso por parte del capital privado, de aquellos que por formación y oportunidades tienen la posibilidad de amar y mimar a su ciudad; un proyecto grande, integrador, que aúne voluntades políticas, sociales y económicas, que encauce y devuelva la esperanza diseminada en los infinitos barrios que crecen y esperan un futuro mejor.
Y, sin embargo, Riobamba está ahí, latente, como un fermento que no se ve pero que incita al crecimiento, hambrienta de identidad y de cuidado, de cultura y desarrollo, ávida de ser ella misma. No tanto de mirar al pasado, cuanto de dar cauce y respuesta a miles de universitarios, profesionales y trabajadores que sueñan con una vida plena, más justa, fraterna y solidaria, más habitable y ciudadana. ¿Habrá otro camino para superar la fragmentación en la que tendemos a vivir?
Las ciudades, para ser humanas, tienen que ser cuidadas y no sólo crecer en habitantes o en extensión. El cuidado pasa por la planificación urbana, la organización de los servicios, los proyectos de regeneración, los planes de desarrollo capaces de adelantar el futuro… Pero no sólo. El cuidado pasa por las personas, sus valores, su cultura, su integración,… No hay ciudad sin habitantes. Y este es el gran activo de una ciudad que, a pesar de sus límites, ha sabido preservar y acoger gente maravillosa, capaz de soñar. ¿Se dan cuenta de que todavía entre nosotros hay sitio para la madre, la familia, la bendición, la solidaridad, la minga, la fiesta, la devoción,…?
Por eso, no se olviden de mirarla, de forma crítica y tierna, siendo exigentes y, al mismo tiempo, amorosos; poniendo atención en la parte que a cada uno le toca. Pero sin dejar de demandar a los responsables de la res pública que cumplan con su competencia fundamental: antes que tomar partido por su partido, tomar partido por Riobamba.
No soy juez de nadie y a nadie quiero ofender, pero es ahora cuando la ciudad reclama nuestra atención y cuidado. Por favor, no se cansen de mirarla.
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