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Si el año que concluye ha sido extremadamente difícil, el que viene no luce para nada alentador. Primero que nada, trae un agregado que impedirá que los problemas sean observados en su real magnitud y, como ha sido costumbre en la historia del país, se evitará mirar hacia la búsqueda de soluciones impostergables que se deben implementar de manera urgente si no se desea que los problemas se agraven hasta llegar a un punto crítico.
En efecto, es un año en el que arrancará la campaña electoral para elegir al presidente que reemplace al actual. Nadie que quiera acceder a ese cargo se atreverá a decirle al electorado que vienen días difíciles, en donde ya no existirá el dinero fácil ni bonanza en el horizonte. De hacerlo sus posibilidades electorales serían nulas; por lo mismo, los planes y ofrecimientos serán de orden general, sin detalles que den cuenta el rumbo que tomará el país. Lo anterior significa que la incertidumbre se mantendrá, los problemas de fondo no serán tratados y el país se conducirá en una inercia en la que difícilmente se pueda encontrar un ambiente propicio para la inversión.
Es más, lo que realmente existen son señales que se desea transitar por el mismo camino errado que nos ha llevado a la situación actual. Se sigue hablando de imponer más impuestos, se menciona que existirá un monto de recaudación impositiva que, si se revisa lo sucedido en el presente año, luce sobreestimado. Se arrastra una deuda con proveedores del Estado, que amenaza con poner en riesgo a un buen número de empresas. Según declaraciones de las autoridades, se buscará dar facilidades tributarias a las empresas a las que les debe el Estado. La medida, si bien tiene lógica, significará que no ingrese dinero fresco las arcas estatales.
Todo esto dibuja un difícil escenario que tiene que ser enfrentado con responsabilidad. El futuro del país no puede depender de los intereses de grupos o sectores políticos que deseen hacerse del poder o mantener el mismo a toda costa. Urge poner los temas sobre la mesa y provocar un amplio debate nacional, desde todos los sectores, para buscar acuerdos y soluciones que permitan sobrellevar esta crisis con los menores estragos posibles para las personas de menos recursos, pero que establezcan las políticas básicas para poner la casa en orden y delinear una política de recuperación sostenible en el tiempo.
Los cálculos políticos en este momento no deberían tener cabida. Si bien son los electores los que decidirán, hay que esperar que exista el suficiente discernimiento para no caer nuevamente en la trampa de los ofrecimientos ilimitados, que terminan convirtiéndose en dolorosos engaños y frustraciones. No hay más solución que imponer tesón, trabajo y esfuerzo para reorientar el rumbo del país, exigiendo a la vez un elevado compromiso ético en el cumplimiento de sus funciones a quienes opten por cargos de votación popular.
¿Cuántas ocasiones más tendremos que constatar que la demagogia y el engaño se imponen sobre la lógica y la sensatez?