La Cumbre de Panamá no fue el ratoncillo que salió de los montes ni una catastrófica explosión política; sin embargo, a diferencia de otras citas magnas de escala continental, esta ofreció matices que permiten, aun tempranamente, configurar el nuevo mapa geopolítico que empezó el año pasado con los diálogos entre EE.UU. y Cuba. Es decir, fue un paso más a la consolidación de ese proceso; que ahora continúa con la eliminación de Cuba de la lista de países terroristas. Además, por inanición, empieza el capítulo final del proceso venezolano.
Para el análisis de la Cumbre hay que destacar varios hechos. Primero está la asistencia de todos los jefes de Estado de América, sin que la crisis de Venezuela interrumpiera el estratégico e histórico diálogo de Barack Obama y Raúl Casto. Luego, tuvo presencia y eco mediático la Declaración de Panamá que protagonizaron varios exmandatarios del continente y de Europa sobre los derechos civiles en el país llanero. A este pronunciamiento colectivo hay que sumar la declaración del Gobierno de Brasil que se desembarcó de la hipócrita declaración de Unasur en Quito. No hay dudas que como en el fútbol Brasil sigue jugando al 4 -2 -4- ataca y se defiende sin inmutarse.
El otro hecho significativo es que la importante cita, a pesar de la tradición protocolaria, no terminó con una declaración final. Un hecho que retrata desacuerdos políticos, básicamente que sin esforzar el oráculo es imposible que no sean sobre Venezuela. Esta ausencia desnuda la unanimidad de la mitad del mundo y deja mal parada a muchas cancillerías del continente que aceptaron un texto en el que únicamente se anhelaban elecciones parlamentarias libres, bajo la égida de un régimen autócrata que controla férreamente toda la estructura estatal. Si el propósito de los cancilleres fue superar las figuras clásicas de Bertoldo, Bertolino y Cacaseno, el logro llegó a los niveles del éxito.
La cumbre registró dos ganadores, cada cual en sus posiciones y contrapuntos: Barack Obama y Raúl Castro y un extraordinario anfitrión que fue el Presidente panameño. Este Mandatario expuso un discurso franco, llano y con fundamentos, que hizo recordar a un exmandatario ecuatoriano que en estas lides también mostró dignidad y fue acreedor al respeto internacional cuando logró la aprobación andina de la Carta de Conducta que, para ejemplo de la democracia continental, proclamó que los derechos humanos están sobre por la soberanía, salvo que sea un error el artículo 3 de dicho documento : “Reiterar el compromiso solemne de que el respeto de los derechos humanos, políticos, económicos y sociales constituye norma fundamental de la conducta interna de los Estados del Grupo Andino y que su defensa es una obligación internacional a la que están sujetos los Estados y que, por tanto, la acción conjunta ejercidaen protección de esos derechos no viola el principio de no intervención”. Es incómoda, pero no se la puede reformar o enmendar por ninguna mayoría.