La semana pasada, en la Asamblea General de la ONU, se produjeron dos hechos significativos: los discursos de despedida del Presidente Obama y del Secretario General Ban Ki Moon, que, si bien atraviesa una profunda crisis por su incapacidad de ajustarse a la realidad actual, sigue siendo el único foro donde al menos se debaten -no se resuelven- los principales problemas de la humanidad. Ambos líderes no estarán el año que viene.
El primero sostuvo que su país está obligado a liderar el mundo. Alabó el “excepcionalismo americano” aunque alentó la integración y a evitar el aislacionamiento. Fue pesimista a causa del terrorismo, las guerras, los refugiados, pero reconoció los logros sobre cambio climático y las relaciones con Irán. Aludió con ironía al muro con México. No fue el Obama ilusionante de hace ocho años. Penoso.
El segundo, Ban Ki Moon tras un gris desempeño en su función, se despachó con una intervención dura acerca del mundo que deja. Paradojas de la ONU y de ser Secretario General: para llegar a esa posición hay que tener la aceptación de los cinco grandes, que en la práctica son tres, y solo uno decide: Estados Unidos.
Es decir, no incomodarles y pasar desapercibido, algo que lo ha hecho muy bien. A Ban le ha tomado tiempo, pero por fin, cuando se va se ha animado a decir verdades que las ha guardado celosamente junto con su puesto y a hacer cuestionamientos de fondo sobre situaciones que debía liderar en cumplimiento de la Carta.
Ban Ki Moon se refirió a la democracia como indispensable y a que el poder no es “propiedad personal sino confianza que da el pueblo”. Criticó a las potencias que le auparon al cargo al sostener que “alimentan la maquinaria de la guerra” en Siria y hasta a afirmó que “tienen sangre en sus manos” y cuestionó el “desproporcionado” poder de unos pocos. ¡Cuan positiva habría sido esa concepción al ejercer su mandato!
Y, la incoherencia: la delegación del Ecuador se retiró de la sala cuando iba a intervenir el cuestionado, y con razón, Presidente de Brasil. La destitución de la Sra. Roussef fue irregular y Temmer no tiene legitimidad democrática; pero, si queremos ser coherentes en nuestra política exterior, nuestra delegación debió retirarse a cada rato: cuando hablaban los monarcas absolutos de Arabia Saudita, Catar, Kuwait, a los cuales les pedimos con frecuencia recursos. Lo mismo con los nada democráticos Presidentes Mugabe de Zimbabue, Lukashenko de Bielorrusia, Bashar al Asaad de Siria.
Y qué decir de la teocracia iraní y la dictadura tailandesa con las cuales tenemos relaciones privilegiadas. Ninguno de estos países, y muchos más, son precisamente democráticos. A retirarse con frecuencia de la sala…